martes, 29 de septiembre de 2020

Vivir en Santidad

 

 

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”

 

Hebreos 12:14

 

La santidad es el atributo que resume la excelencia y la perfección moral de Dios. La misma describe la ausencia total de tinieblas o pecados en Él. Es decir, Dios es totalmente puro.

La santidad aplicada a los cristianos implica el abandono del pecado en nuestras vidas para entregarnos, dedicarnos o consagrarnos al Señor con el fin de agradarle, obedecerle y servirle. La raíz del término hebreo, del cual de deriva la palabra santidad, puede traducirse como “apartar” y “brillo”. Esto significa que cada hijo de Dios debe vivir apartado del pecado para dedicarse a brillar ante el mundo con una vida de pureza moral y servicio al Señor (ver la meditación bíblica en el siguiente enlace El Dios Santo)

Una mirada a nuestro alrededor nos muestra que como nunca antes en la historia de la humanidad los valores morales y espirituales están en crisis. La corrupción avanza a pasos agigantados sobre toda la tierra, haciendo sus estragos en todas las esferas de la vida humana. Se puede apreciar en la cultura, la política, la economía, las religiones y en la sociedad en general. Tristemente, los efectos devastadores de la maldad de nuestro mundo están tocando a la puerta de las iglesias  y algunas le están permitiendo entrar.

Para la iglesia de Cristo la santidad no es una opción, no es una moda de los tiempos bíblicos, es un mandamiento del Señor de cumplimiento imprescindible. Dios dice claramente: “Sed santos porque yo soy santo” (Lv.11:44-45; 19:2; 1P.1:16), cuyas palabras son para todos sus hijos, en todos los lugares y en todos los tiempos. Esto nos lleva a firmar el siguiente principio: Es imprescindible que el pueblo de Dios viva en santidad. Ahora bien, ¿Por qué es imprescindible que el pueblo de Dios viva en santidad? Le comparto dos razones fundamentales:   


1.     Porque vivir sin santidad trae lamentables consecuencias


          Consecuencias en la esfera personal

En la Biblia se nos muestra que la falta de santidad en nuestra vida nos hace perder muchas de las mejores cosas que Dios nos otorga. Entre estas se pueden mencionar:

·         Se pierde la luz (1Jn1:6). La “luz” es una figura empleada en la Escritura para hablar de dos aspectos de vital importancia: La orientación y la pureza.

·         Se pierde el gozo (Sal.61:12).

·         Se pierde la paz (1Jn.3:4-10).

·         Se pierde el amor (1Jn.2:5).

·         Se pierde la comunión con Dios y nuestros hermanos (1Jn.1:3,6,7).

·         Ser pierde la fe (1Jn.3:19-22).

·         Se pierde la salud física y en algunos casos hasta la vida misma (1Co.11:30).



Consecuencias en la relación con Dios

El texto es bien claro cuando expresa: “Sin santidad nadie verá al Señor”. Cuando vivimos faltando a la santidad nuestra comunión con el Señor se quebranta. Esto trae consigo que nuestras oraciones no sean respondidas y dejemos de recibir las hermosas bendiciones que solamente Dios nos da.

En Deuteronomio capítulo veintiocho podemos comprobar que cuando el pueblo de Israel dejaba a un lado la santidad a Jehová para entregarse al pecado, la idolatría y otras prácticas paganas, venía maldiciones sobre la nación como enfermedades, plagas, sequías, derrotas militares, desesperanzas, fracasos matrimoniales y deportaciones a naciones gentiles.  


           Consecuencias en relación con los semejantes

La Palabra de Dios, y los muchos años de historia del cristianismo, reflejan que cuando se abandona la santidad tanto en el plano individual como en el colectivo, comienza a evidenciarse crisis en las relaciones humanas. Sin dudas, esta es la principal causa de las divisiones, pleitos, rencores, envidias, celos, entre otros pecados destructivos de las buenas relaciones.

 


2.     Porque vivir en santidad trae preciosos resultados

                 

               Resultados en la esfera personal

Contrario a lo expresado anteriormente, vivir en santidad nos permite disfrutar de la paz, el gozo, el amor, la comunión y las fuerzas que solamente nuestro Dios puede darnos.


         Resultados en relación con nuestro Dios

La santidad nos permite deleitarnos en una amistad cotidiana y sincera con nuestro Señor. También repercute en mantener una vida de oración profunda como la de nuestro Señor Jesucristo (ver más en el enlace Imitando a Cristo en su vida de oración), y en recibir respuestas a nuestras súplicas.

Por otra parte, cuando vivimos en santidad veremos las bendiciones del Señor llegar a nuestras vidas y no encontraremos palabras para agradecerle tantas muestras de amor y misericordia que no merecemos. Además, el Señor se encargará de hacer fructificar la obra que realizamos para Su gloria y, aunque vengan las pruebas, Él nos fortalecerá para que podamos experimentar que avanzamos “de triunfo en triunfo y de victoria en victoria”.  


          Resultados en relación con nuestros semejantes


Las relaciones serán cada vez más saludables y fructíferas. Se cumplirá lo que expresa el proverbio: “Cuando los caminos del hombre son agradable a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Pr.16:7). En otras palabras, fluirá de manera natural el amor, la armonía y el servicio mutuo.



En resumen, es imprescindible que el pueblo de Dios viva en santidad, para disfrutar los preciosos resultados que solamente el Señor nos puede dar.

 

Pregunta para la discusión en grupos pequeños:

 

  1. Comparta con el grupo su criterio sobre las consecuencias de la falta de santidad actualmente en el mundo.
  2. Sugiera al grupo ideas e iniciativas, que puedan desarrollarse en nuestro contexto, para colaborar en el proceso de crecer en santidad como cristianos. 
  3. Mencione historias y textos bíblicos que confirmen que vivir en santidad trae preciosos resultados a nuestra vida como hijos de Dios.


Nos gustaría que nos dejara un comentario, pues quisiéramos continuar creciendo juntos en la vida cristiana.


 

viernes, 25 de septiembre de 2020

Trabajando con responsabilidad dejando los resultados al Señor





“Siendo Josué ya viejo, entrado en años, Jehová le dijo: Tú eres ya viejo, de edad avanzada, y queda aún mucha tierra por poseer”

 

Josué 13:1

 

Según los comentaristas bíblicos, Josué tenía cerca de cien años cuando recibió estas palabras de parte de Dios. La realidad es que aunque se había avanzado a pasos agigantados en la conquista de la tierra de Canaán, todavía quedaba muchísimos territorios por conquistar. Esta era una gigantesca tarea que ya no sería posible lograr con Josué como líder al frente de la nación. Incluso, parte del territorio que debían conquistar nunca lo llegaron a ocupar hasta hoy.

Es muy importante destacar que aunque Josué no pudo ver con sus ojos la misión cumplida a cabalidad, si se esforzó todo el tiempo y con toda responsabilidad en hacer la tarea que le fue encomendada. Entonces, por su probada fidelidad, el Señor le da una última encomienda: “Repartir por anticipado toda la tierra prometida entre las tribus de Israel”. Y junto con esto, le promete que Él se encargaría de hacer el resto del trabajo.

Estas palabras de Dios a Josué nos hace recordar un gran principio: Es necesario hacer la parte que nos corresponde con toda responsabilidad dejando los resultados en las manos del Señor. Ahora bien, ¿Por qué debemos hacer la parte que nos corresponde con toda responsabilidad dejando los resultados en las manos del Señor? En este capítulo de Josué podemos destacar al menos tres razones para demostrar la importancia de esta afirmación:

 

1.      Porque tenemos un tiempo limitado de vida sobre la tierra para hacer lo que Dios nos ha asignado

 

Dios le recuerda a Josué su realidad: “Tú eres ya viejo, de edad avanzada…”. En otras palabras, es hora de ir pensando en cerrar una etapa de la historia de tu vida, y de la nación de Israel que está inseparablemente unida a tu liderazgo. El tiempo que tenías para cumplir tu misión sobre la tierra se está terminando y es muy importante que cierres con broche de oro. Por esa razón, le encomienda que deje todo organizado para evitar problemas futuros por falta de definición, es decir, que cada tribu estuviera consciente de la parte que le pertenecería a cada cual llegado el momento.

En esta carrera de la vida cristiana y ministerial es muy saludable empezar, continuar y terminar bien para dejar una huella digna de seguir por las futuras generaciones. Lamentablemente, muchos hacen como Salomón que comenzó y desarrollo una vida de esplendor, pero nos dice la Biblia que al final de la carrera: “las mujeres desviaron su corazón”. Por eso el apóstol Pablo exclamaba: “De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch.20:24).

Sin duda alguna, tenemos un tiempo limitado de vida sobre esta tierra para cumplir la misión que Dios nos ha asignado. Todos vamos a nuestras propias conquistas, aunque gloria a Dios muchos han decidido sustituir sus propios sueños por hacer la voluntad de Dios y cumplir la misión que él nos ha encomendado, pero aun así llegará el tiempo en que tenemos que terminar la lucha pese a quedar mucha tierra por conquistar. En otras palabras, nuestra tarea no es conquistar toda la tierra, sino cumplir con toda responsabilidad la parte que nos toca hacer en el tiempo que tenemos para hacerlo. Alguien dijo: “No podemos hacer todo lo que quisiéramos en nuestro paso por esta vida, pero si podemos hacer todo lo que Dios quiere que hagamos”. ¿En qué vas a invertir el tiempo que pasa y no vuelve? Recuerda la exhortación bíblica: “Aprovechando bien el tiempo porque los días son malos”.   

 

2.      Porque el trabajo en el reino de Dios es muchísimo más grande que todo lo que somos o hacemos

 

La frase que sigue en el versículo uno es clara y estremecedora: “Queda aún mucha tierra por poseer”. Esto no ocurrió solamente con Josué, sino que es la constante para todos los hijos y siervos del Señor. Siempre que estemos terminando la carrera descubriremos que aún queda mucha tierra por poseer. Esto se debe a que la obra de Dios es cientos y miles de veces más grandes que todos nuestros conocimientos, energías y capacidades. Es decir, su obra trasciende a nuestras vidas.

Definitivamente, tenemos que vernos como parte de un proceso de edificación que Dios está haciendo, que viene operando en el mundo siglos antes de que naciéramos y continuará hasta que Cristo regrese. Esto me recuerda al salmista exclamando: “Señor tú nos has sido refugio de generación en generación”. Estar conscientes de esta verdad es muy importante para no tener más alto concepto de nosotros que el que debemos tener.

Teniendo en cuenta esta verdad debemos ser cuidadosos al plantear proyectos de alcance, pues nunca deberíamos creer que vamos a conquistar al mundo entero con nuestro esfuerzo como algunos piensan. El gran hombre de Dios, y líder, Josué tuvo que alegrarse en el Señor con la parte que pudo hacer de toda la magna obra de conquista y confiar que otros continuarían la labor. Simplemente somos parte del pueblo de Dios que por los siglos, cada uno en su época, hemos estado sirviendo con todo el corazón a nuestro Señor. Es decir, somos útiles en Sus manos, pero no imprescindibles en esta tierra. ¡Glorifiquemos el nombre de nuestro Dios porque nos permite servirle en su inmensa y trascendente obra!

 

3.      Porque es Dios quien hace su obra y nosotros somos instrumentos en sus manos

 

Los versículos seis y siete son claros al mostrarnos una vez más que la obra es de Dios y nosotros solamente somos sus instrumentos colaboradores. Por lo tanto, nuestra tarea se confina a trabajar con toda responsabilidad en la misión que hemos recibido, pues sólo somos soldados del gran ejército del Señor y Él es el gran general que va al frente en cada batalla. En otras palabras, como buenos soldados nuestra principal función es obedecer. La implicación directa de esta verdad es que aunque todos queremos ver buenos resultados, estos dependen, pertenecen y son para la gloria de Dios. No olvidemos que Él ama su obra más que nosotros.


En resumen, es necesario hacer la parte que nos corresponde con toda responsabilidad dejando los resultados en las manos del Señor.

Afirmamos esta verdad basado en tres razones que hemos visto en este pasaje de Josué:

Porque tenemos un tiempo limitado de vida sobre la tierra para hacer lo que Dios nos ha asignado.

 Porque el trabajo en el reino de Dios es muchísimo más grande que todo lo que somos o hacemos.


Porque es Dios quien hace su obra y nosotros somos instrumentos colaboradores en sus manos. 


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miércoles, 23 de septiembre de 2020

Hacia el futuro de la mano de Dios



Lo porvenir es algo que siempre ha cautivado la mente humana. El ser humano siempre ha soñado con lo que aún no ha vivido y sus pensamientos vuelan en busca de nuevos horizontes. La ciencia ficción surge de la imaginación del hombre que se concibe dominando al mundo con sus grandes avances científicos y tecnológicos.

Ahora bien, todos estos sueños se empañan cuando nos detenemos a reflexionar seriamente en el crítico panorama mundial y el futuro sombrío que se avizora. Científicos, estadistas, filósofos y pensadores en general se preguntan ¿Qué sucederá en nuestro mundo en el futuro cercano? ¿Cómo solucionar la creciente ola de problemas que enfrentamos en todas las esferas? ¿Cómo frenar el aumento de la drogadicción, el alcoholismo, los divorcios, el abandono de los hijos, el desenfreno sexual, la violencia, el tráfico de personas, el narcotráfico, el terrorismo, entre muchos otros flagelos que destruyen a la humanidad? Ante lo cual no se divisan respuestas ni soluciones claras.

En medio de esta crisis generalizada, los cristianos tenemos la firme convicción de que solamente Dios conoce el futuro, puede librarnos de todo mal y darnos la victoria hasta el final. Por tal razón, afirmamos la siguiente verdad: El futuro tiene que enfrentarse de la mano de Dios para disfrutar la victoria final. Esto nos lleva a preguntarnos ¿Por qué el futuro tiene que enfrentarse de la mano de Dios para disfrutar la victoria final? A la luz de la historia bíblica podemos encontrar tres razones para afirmar esta verdad.


 

1.      Porque de la mano de Dios podemos prepararnos para el futuro difícil 

En muchas ocasiones en nuestra vida despertamos a la realidad de un futuro difícil de enfrentar. Ante este panorama sombrío nos parece que no vamos a poder con la carga de dificultades que se avecina. Esta avalancha de problemas que tenemos delante pudiera tratarse de una penosa enfermedad, la muerte de un ser querido, penuria económica, carencias, hambruna, conflictos bélicos, desastres naturales, degradación moral de quienes nos rodean, persecuciones por causa de nuestra fe, entre muchos otros males.

En la Biblia encontramos la historia de Noé (Gn.6-10) que ilustra lo que significa estar frente a un futuro difícil para la humanidad. La generación de los tiempos de Noé se degradó tanto que Dios decidió destruir al mundo antiguo por agua, no sin antes darla la oportunidad por varios años  para que se arrepintieran y cambiaron su modo de vida. Tristemente rechazaron esta oportunidad del Señor, cavando de esta forma su propia tumba para quedar de ejemplo a las futuras generaciones de que Dios es santo, santo, santo y no cohabita con la maldad del hombre.   

Lamentablemente en nuestros tiempos hay hombres y mujeres que hacen el futuro más difícil, porque viven rebeldes al mensaje del Señor para sus vidas. La realidad es que Dios no bendice a aquellos que prefieren vivir alejados de Él, sumidos en toda clase de pecados, dando rienda suelta a sus pasiones, alimentando constantemente su egoísmo y practicando todo género de idolatría. Sin dudas, a nuestra generación también le espera un futuro difícil como en los días de Noé.

¿Cuál es la posición de un cristiano frente a un futuro difícil?

Siguiendo con el ejemplo bíblico podemos ver que Noé caminó con Dios, del cual se dice que era perfecto en sus generaciones. La palabra “perfecto” en este contexto no significa “sin errores”, sino es una referencia a su sinceridad y madurez para obedecer la voluntad de Dios. En otras palabras, Noé enfrentó el futuro difícil de la mano del Señor, por lo cual disfrutó de la victoria final. Recordamos como obedeció construyendo el arca a pesar de las burlas e incomprensiones de sus semejantes, con lo cual pudo sobrevivir al diluvio junto a su familia y los animales que Dios le ordenó llevar.    

Ante el difícil futuro que se avecina para la humanidad, hoy podemos refugiarnos en nuestra arca que es el único y verdadero Dios, quién nos dará la victoria final por la eternidad.


  

2.      Porque de la mano de Dios podemos tener fe para el futuro incierto

A nuestra vida vendrán momentos de incertidumbre, estaremos en encrucijadas en las cuales sentiremos dudas en cuanto a continuar el camino. Estamos hablando de esas ocasiones en que la visión humana es insuficiente para saber cuál es la mejor decisión a tomar.

Podemos recordar la historia de Abraham, quién “salió sin saber a dónde iba” (He.11:8), pues camino por fe en obediencia a la orden de Dios. Dejó atrás su tierra, sus costumbres, sus comodidades para enfrentarse a un futuro incierto. Salió en busca de una tierra que jamás había visto, pero avanzó porque supo reconocer de quién venía la promesa. Tal era su relación con el Señor que llegó a ser llamado “amigo de Dios”.

Habrá momentos en nuestra vida que tendremos que emprender la marcha sin saber lo que ocurrirá. Lo importante es que siempre como Abraham esperemos la orden del Señor para partir, estar seguros de estar caminando en Su voluntad. Esto se logra por medio de una dependencia total de nuestro Dios, a tal punto que sigamos su dirección aunque no coincida con nuestros planes humanos.

¿Cuál es la postura de un cristiano frente a un futuro incierto?

Evidentemente, esperar siempre la respuesta de Dios y salir por fe a caminar en la dirección que nos indique.


 

3.      Porque de la mano de Dios podemos tener esperanza para el futuro desolador  

Más allá de los problemas que enfrentamos en el presente, y de las incertidumbres del futuro, tenemos la seguridad que de la mano de Dios podremos salir vencedores. Esta seguridad crece aún más cuando recordamos que para el cristiano el final de esta vida presente es solamente una vía para continuar hacia la eternidad con el Señor. Y si algo termina para nosotros con la muerte física es el sufrimiento y toda lágrima derramada que serán enjugadas cuando lleguemos a Su presencia.  

En el capítulo uno del libro de Josué encontramos un ejemplo clásico de esta gran verdad. El pueblo estaba a pocos días de poseer la tierra prometida que tanto habían anhelado, después de tantos años errando por el desierto. La tarea que tenían por delante era bastante difícil, pues tenían que conquistar la tierra. Ante este gran desafío Dios da palabras de aliento a Josué para que las trasmitiera al pueblo. “Esfuérzate y se valiente”, es quizás la frase más conocida de aquellas palabras de ánimo. El futuro sin dudas era desolador, pero el Señor les llena de fe y esperanza, renovándole las fuerzas para la conquista. 

Mi querido hermano y hermana que llevas muchos años en el desierto de dificultades, y que ahora vislumbras un futuro desolador para el mundo donde nos tocó vivir, el Señor también te está diciendo “esfuérzate y se valiente” para caminar hacia el futuro porque “yo estaré contigo”. Él ha prometido “no te dejaré, ni te desampararé” en ningún lugar y bajo ninguna circunstancia. No permitas que el desierto que hoy atraviesas, ni el futuro sombrío que se avizora, apague el fuego que Dios puso en tu vida desde que conociste a Cristo.

En resumen, el futuro tiene que enfrentarse de la mano de Dios para disfrutar la victoria final.

Termino con un fragmento del antiguo y precioso himno:

 

Nada sé sobre el futuro

Desconozco lo que habrá

Es probable que las nubes

Mi luz venga a opacar

 

Nada sé sobre el futuro

Desconozco lo que habrá

Más un dulce amigo tengo

Que mi mano sostendrá


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domingo, 20 de septiembre de 2020

Regresando a los brazos del Padre Celestial


 

“Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová; levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos”. 

Lamentaciones 3:40-41

 

Desde el corazón del Antiguo Testamento hay un llamado a Escudriñar nuestros caminos para regresar a nuestro Padre celestial. Los mandamientos de Dios en su Palabra tienen como fin guiarnos a caminar por su senda recta, santa, justa y amorosa. Específicamente, si nos decidimos a obedecer el mandamiento expresado en el pasaje que nos ocupa, no somos capaces de imaginar el bien que proporcionará a nuestras vidas y a los que nos rodean.

Aunque esta meditación está dedicada especialmente a todos aquellos queridos hermanos y hermanas que por alguna razón se han alejado del Señor,  todos deberíamos tomar unos minutos en medio de nuestro atareado vivir para examinar nuestras relación con Dios, nuestras obediencia a su Palabra, nuestras actitudes frente a los demás y nuestro testimonio ante el mundo. En otras palabras, es necesario escudriñar nuestros caminos para regresar al Padre Celestial. Meditemos en las dos grandes acciones que encerradas en esta gran verdad:  

 

1.       Escudriñar nuestros caminos


a.       Escudriñar 

El Diccionario Aoristo de la Lengua Española define escudriñar como “examinar, inquirir, y averiguar cuidadosamente una cosa y sus circunstancias. O sea, se trata de ir a fondo, profundizar, analizar con seriedad y honestidad algún asunto. En este caso no se trata de cualquier cosa, sino de una mirada profunda a lo más recóndito de nuestro corazón ¿Qué hay realmente en nuestros pensamientos, sentimientos, motivaciones, intenciones y actitudes? ¿Cuál es  nuestro verdadero estado espiritual delante del Señor?

 

b.      Escudriñar nuestros caminos

No estamos hablando de investigar a fondo un tema, o un libro, o una situación circundante o la vida de aquellos que nos rodean, sino simplemente nuestros propios caminos. Es comparar con toda sinceridad nuestra vida actual con lo que Dios enseña y ordena en su Palabra.

Se cuenta que en cierta ocasión Enrique IV le pregunta al Duque de Alba si había visto el eclipse de sol. Este le contestó: “tengo tanto que hacer en la tierra que no tengo tiempo de mirar al cielo”. Tristemente, aunque no lo digamos con palabras muchas veces estamos viviendo algo similar, pues estamos tan ocupados en los afanes del diario vivir que no dedicamos tiempo para analizar nuestras vidas a la luz de la verdad de Dios. Por cierto, esto nos recuerda las palabras del apóstol Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col.3:1-2).

Es tiempo de dejar de refugiarnos en los muchos quehaceres, y abundantes entretenimientos, para escudriñar nuestros caminos como el paso esencial para regresar a los brazos de nuestro amoroso Padre celestial.

 

2.       Regresar al Padre Celestial


a.       Buscar a Dios 

El profeta declara: “Buscad a Jehová mientras pueda ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”. Muchos años después Cristo expresó: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt.11:28). El objetivo fundamental para escudriñar nuestros es descubrir que anda mal en nuestra vida espiritual y está estorbando nuestra comunión con Dios. El siguiente paso es humillarnos delante de Su presencia en genuino arrepentimiento de nuestros pecados.

Algo importante que debemos tener presente, es la buena noticia de que Dios nunca se aleja de nosotros a pesar de haber huido de su gloriosa presencia, su amor no cambia, ni se enfría y jamás nos ha olvidado. Es cierto que en nuestras crisis espirituales y emocionales nos parece que Dios nos ha desechado, nos sentimos tan sucios que llegamos a creer que Él nunca nos perdonará. La realidad es que todos estos pensamientos y sentimientos errados son producto de nuestro engañoso corazón como enseña la Biblia. Además, el diablo tratará de mantenernos envueltos en estos criterios para que no regresemos a nuestro Padre Celestial.


b.      Buscar a Dios para regresar a sus brazos de amor 

Mi hermano y hermana, mi amigo y amigo, ya es tiempo de volver a Dios. Contrario a ese pensamiento que has albergado tanto tiempo de que Dios no te ama, te ha desechado o se ha olvidado de ti, tu Padre Celestial está triste porque uno de sus hijos o hijas deja correr los días sin regresar a sus brazos de amor. Él te formó en el vientre de tu madre para darte vida y la oportunidad de conocerle. También te dio la libertad para que tomaras la decisión de seguirle voluntariamente. El hecho de que las circunstancias que te han rodeado han arruinado muchas cosas hermosas de tu vida, no significa que todo haya terminado. El Señor como tu amoroso y buen Padre Celestial te espera con sus brazos abiertos.  Regresa a tu Padre Celestial ¡Por favor! ¡Regresa!

En resumen, es necesario escudriñar nuestros caminos para regresar a los brazos de nuestro amoroso Padre Celestial.

 

“Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio”. 

Lamentaciones 5:21.


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jueves, 10 de septiembre de 2020

La iglesia prevalecerá a pesar del enemigo


 

Mateo 16:18.

Satanás hizo muchos intentos por destruir a Jesús o desviarlo de su propósito al venir a este mundo. Trató de eliminarlo cuando era un niño usando a Herodes, pero fracasó. También al comenzar su ministerio público tentándolo de diversas formas. Más adelante a través de la oposición de diversos grupos y sectas, pero también fracasó, pues Cristo se mantuvo firme hasta el final y consumó el plan de salvación para el cual vino a este mundo. Con su muerte y resurrección dejó herido de muerte al diablo quien desde entonces como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1P.5:8). Desde que Cristo ascendió a los cielos y dejó fundada su Iglesia, esta ha sido el blanco de los ataques del maligno. .

Desde los mismos comienzos la Iglesia empezó a sufrir persecución en manos de los judíos y también del Imperio Romano. Al paso de los siglos la Iglesia no ha quedado exenta de dichos ataques. Estos han tomado diversas formas y rostros con ataques externos e internos. Como Pablo escribió en una ocasión al despedirse de una iglesia: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hch.20:29-30). Y aunque estos ataques hacen grandes daños, haciéndonos perder algunos combates, esto no significa que vayamos a perder la guerra porque Cristo fue claro cuando expresó: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt.16:18). 

Todo lo anterior nos lleva a recordar que la lucha será dura todo el tiempo hasta el final, pero tenemos la promesa del Cristo que venció la muerte, al diablo y al pecado en la cruz, de que la victoria nos pertenece. Por todo esto podemos afirmar con toda seguridad: A pesar de todos los ataques del maligno la iglesia prevalecerá. Esta verdad nos conduce a formularnos dos importantes preguntas:

 

1.      ¿Cuáles son las principales áreas que el enemigo ataca?

 

a.      Ataques a la Unidad

La unidad de la iglesia es esencial para que pueda cumplir la misión. Cristo en su oración intercesora por sus discípulos (Jn.17:20-21) dejó claro que si no hay unidad en la iglesia la gente no creerá en el evangelio. El apóstol Pablo en Efesios 4:2-3, hace énfasis en lo vital de guardar la unidad de la iglesia. Este pasaje comienza con el término “solícitos”, el cual significa “estar atentos, prestar especial atención, ser diligentes, ponerle el corazón” en guardar la unidad del Espíritu.

Encontramos en el Nuevo Testamento a la iglesia de Corinto descuidando la unidad y enfrentando serios problemas. Pablo les escribe claramente para llamarles la atención por la desunión en que se encontraban. La realidad es que el diablo sabe la importancia de la unidad y hará todo lo posible por romperla creando divisiones, peleas, confusiones, rencores, todo cuanto pueda para que no reine el amor, la paz, el perdón y la reconciliación, para que no haya avance juntos en la extensión del Reino de Dios. Además, para que el testimonio quede manchado.

 

b.      Ataques a la Moral 

Vivir una vida de pureza moral delante de Dios y de los hombres también es esencial para que la iglesia pueda prevalecer. Podemos recordar que Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para santificarla (Ef.5:25-27). Cuando se vive a la altura moral que Dios demanda, se tiene autoridad para proclamar que Cristo limpia, cambia, restaura y transforma. Esto no significa que seamos perfectos, pero sí que en obediencia a nuestro Señor estamos en el camino hacia la perfección.

El diablo ataca la moral porque sabe que un cuerpo u organismo desmoralizado no tendrá fuerzas, no será efectivo, no podrá impactar al mundo y no podrá guiar a nadie.

 

c.       Ataques a la Doctrina 

Por lo importante que es para la Iglesia creer y proclamar la sana doctrina, Pablo le aconseja al joven Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina” (1Ti.4:16). Hay infinidad de pasajes neotestamentarios que nos exhortan a cuidar la doctrina, a no adulterarla, no tergiversarla, ni usarla con fines propios. Doctrina viene del término “dogma” que significa “enseñanza que nunca cambia”. Sin dudas, que las enseñanzas de Dios son inmutables y eternas como Él. Cristo dijo: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt.24:35).

La consecuencia más común de descuidar la doctrina de Dios son las tan peligrosas herejías que a la vez conducen a la apostasía. El diablo ataca esta área porque sabe que si no creemos lo que Dios dice o creemos algo falso y distorsionado no vamos a obedecer a Dios y quedaremos desorientados. Por eso el salmista decía: “Lámpara es a mis pies tu Palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal.119:105).

 

2.      ¿Por qué la iglesia de Cristo prevalecerá?

La iglesia de Cristo prevalecerá porque está edificada sobre la Roca. Aquí hay un juego de palabras en el original griego, pues no está fundada sobre Pedro (“petros”), sino sobre la Roca inconmovible de los siglos (“petra”) Jesucristo.

Ahora bien, Cristo ha dado la victoria a su iglesia. De tal manera que:

 


a.      Ante los ataques a la unidad Cristo intercedió a favor de sus discípulos

Es interesante que Cristo intercedió por la unidad de sus discípulos más cercanos e incluyó “no sólo por estos, sino por los que han de creer por la palabra de estos”. Por todos sus seguidores de todos los tiempos. Cuando intercedió con tanta vehemencia por la unidad de sus hijos, es porque sabía de ante mano que esta es un área esencial y que iba a recibir muchos ataques. 

Por otra parte, Cristo no solamente intercedió en el pasado, sino que sigue intercediendo por los siglos a la derecha del Padre Celestial (Ro.8:34).


             b.      Ante los ataques a la moral Cristo es Santo, Santo, Santo

Su santidad trasciende todas las cosas y llega hasta nosotros hoy. Hebreos nos recuerda: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino no que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He.4:15). Nuestro Señor Jesucristo nos sostiene, ayuda y levanta si caemos.

 

                c.       Ante los ataques a la Doctrina Cristo nos aconsejó 

 “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que ella tenéis la vida eterna; y ella son las que dan testimonio de mí” (Jn.5:39). Tenemos que leer, meditar, estudiar y aplicar la Palabra de Dios cada día a nuestra vida. Nuestra falta de estudio y de profundización en las Escrituras hace que las herejías parezcan tener algo de razón y proliferen, creando todo tipo de confusión.

 

En resumen, la iglesia prevalecerá a pesar de todos los ataques del maligno, porque está fundada sobre la Roca Inconmovible de los siglos: Jesucristo. Por lo tanto, ningún ataque a la unidad, la moral o la doctrina podrá derrotarnos ¡En Cristo somos más que vencedores!


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viernes, 4 de septiembre de 2020

Sirviendo todos unidos


 

Nehemías 2:17 al 3:1.

El capítulo tres de Nehemías es un reconocimiento de lo que el pueblo de Dios puede hacer cuando, después de depender de Él, se unen hombro a hombro para trabajar en la edificación de las ruinas que nos rodean. En aquellos días eran los muros y el resto de la ciudad de Jerusalén, hoy son las vidas desechas por el pecado, la desesperación y la desesperanza por la triste condición de andar sin Cristo en este mundo en ruinas. Frente a este capítulo queremos destacar el siguiente principio clave: Es imprescindible trabajar todos unidos en servicio genuino para el avance de la iglesia. Analicemos este principio por parte para su mejor comprensión.


Para el avance de la iglesia es imprescindible trabajar todos

 

Es interesante notar en este capítulo que en la reconstrucción de los muros de la ciudad participaron judíos de todas las clases sociales, de todos los oficios y de todas las zonas de la ciudad. En este sentido se mencionan sacerdotes (v.1), plateros y perfumeros (v.8), gobernadores y mujeres (v.12), levitas (v.17), comerciantes (v.32), entre otros. Es decir, que la inmensa mayoría del pueblo se entregó a trabajar para edificar Jerusalén. Es importante recordar que la iglesia cristiana por muchos siglos perdió el rumbo al dejar completamente el principio bíblico de que “cada cristiano es un ministro de Jesucristo”, por cuanto hemos recibidos diferentes dones (Ro.12; 1Co.12; Ef.4) para la edificación de la iglesia (1Co.12:4-6; 1P.4:10).

 

Lamentablemente, Satanás hizo creer al pueblo de Dios que el trabajo de la iglesia estaba confinado a unos pocos hombres escogidos o como algunos le han llamado los “profesionales del ministerio”. Este criterio está muy lejos de la verdad bíblica. A tal punto nos alejamos del principio bíblico que algunos estudiosos plantean que una gran iglesia es aquella que tenga sirviendo con sus dones al 10% de sus miembros, porque muchas no llegan ni al 3%, pero no podemos conformarnos con esto pues el propósito de Dios es que el 100% de sus hijos le sirvan de diferentes formas según el don(es) que hemos recibido. Por lo tanto, si queremos ver avanzar con paso firme a la iglesia de Cristo en medio de este mundo en ruinas, tenemos que alistarnos TODOS en las filas del Señor. Todos deberíamos tener en nuestras vidas como un  lema el antiguo himno “Yo Quiero Trabajar para el Señor”. Teniendo la misma convicción que expresa el estribillo de este: “El que quiera trabajar, hallará también lugar, en la viña del Señor”.

 

Al respecto nos preguntamos ¿De qué manera estás trabajando para la Gloria de Dios y la edificación de la iglesia? Recuerda que el Señor quiere que todos sus hijos trabajen en su obra para el avance de su iglesia.   

 

 

Para el avance de la iglesia es imprescindible trabajar todos unidos  

 

En todo el capítulo que nos ocupa se puede respirar un espíritu de unidad. Se mencionan muchas familias una al lado de la otra trabajando en la restauración de los muros en perfecta armonía. No existe un solo indicio de que en aquellos días hubiese manifestaciones entre ellos de celos, envidias, críticas o descontentos. Este buen espíritu les permitió avanzar rápidamente y con excelencia, terminando la obra en un tiempo record. 

 

La realidad es que si en la iglesia todos trabajan, pero reina un espíritu de desunión, se logrará muy poco y será contraproducente para el testimonio de la misma ante el mundo que nos ve vivir. Un ejemplo clásico lo constituye la iglesia en Corinto donde todos querían destacarse en el uso de sus dones pero imperaba la competencia y la desunión, por lo cual las consecuencias fueron caóticas. Es por esta razón, que a lo largo del Nuevo Testamento se hace tanto énfasis en la importancia de la unidad entre los cristianos que conformamos la iglesia. En este sentido, encontramos a nuestro Señor Jesucristo intercediendo delante del Padre en Juan 17:20-23 por la unidad de sus seguidores.  Debemos tener en cuenta que aunque no podemos producir la unidad de la iglesia (esta viene de Dios por medio de su Espíritu Santo), si podemos afectarla negativamente con nuestras malas actitudes y falta de cooperación, lo cual queda afirmado en la gran cantidad de mandamiento para que cumplamos “unos a otros”, como por ejemplo: amarnos, servirnos, perdonarnos, soportarnos, saludarnos, orando, animarnos y honrarnos.  

 

Para el avance de la iglesia es imprescindible trabajar todos unidos en servicio genuino

En medio del buen espíritu de trabajo unido encontrado en el capítulo tres de Nehemías, hallamos una excepción en el versículo cinco: “Los líderes de los tecoítas”, los cuales no quisieron servir en las obra del Señor, lo que tristemente quedó registrado para la posteridad. Una buena pregunta sería ¿Cómo pasaremos nosotros a la historia? ¿Qué escucharán nuestros hijos y nietos sobre nuestra disposición a trabajar para el Señor? Lo cierto es que un factor clave en el avance de la iglesia es el servicio genuino de los cristianos que la conforman. Cuando decimos servicio genuino nos referimos al que nos enseñó nuestro Señor Jesucristo. Todos recordamos que su servicio era humilde y desinteresado, sin esperar nada a cambio. Esto lo demostró cuando siendo en forma de Dios no estimó ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se vació a sí mismo tomando forma de siervo, siendo humillado hasta la muerte y muerte de cruz por nosotros. Es decir, dejando su trono de gloria vino no para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Estamos hablando del servicio que demostró al lavar los pies de sus discípulos, y el que nos enseñó cuando dijo: sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grande ejercen sobre ella potestad. Mas entre vosotros no será así, sino el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mt.20:25-27).

Si cada cristiano asume estas actitudes en el servicio a Dios y al prójimo, sin duda alguna, el Señor bendecirá a su iglesia en el cumplimiento de su misión y el desarrollo de sus ministerios.   

 

En resumen, para el avance de la iglesia es imprescindible trabajar todos unidos en servicio genuino.



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