Mateo 3:1 y 4:1.
Los desiertos forman la zona más extensa de la superficie terrestre con más de cincuenta millones de kilómetros cuadrados. El Medio Oriente es una de estas zonas mayoritariamente desérticas del planeta, y siendo la región donde se desarrolló la mayor parte de la historia del pueblo de Israel en los tiempos bíblicos, indefectiblemente grandes eventos colectivos o individuales ocurrieron en algún desierto. Estos son por naturaleza regiones áridas de la Tierra con escasez o carencia de precipitaciones (sequía), poca o ninguna vegetación (improductiva o infructífera), limitada ocupación humana (solitarios), cuyas temperaturas extremas puede rebasar los cincuenta y cinco grados centígrados durante el día y varios grados bajo cero en la noche. Aunque debemos aclarar que el término en la Biblia es usado en algunas ocasiones para hablar de regiones con estas características y en otros, para hablar de lugares apartados de las ciudades aunque tengan un poco más de vegetación y pastos para alimentar los rebaños de ovejas.
Ahora, por estas características distintivas, “el desierto” desde tiempos antiguos ha sido usado en lenguaje figurado para ilustrar los momentos difíciles de la vida, las pruebas, las tentaciones, las tragedias, o las crisis por la que todo ser humano en mayor o menor medida atraviesa durante sus días en la tierra.
Al analizar los diferentes eventos ocurridos en medio del desierto a lo largo de la historia bíblica, podemos observar distintas reacciones y actitudes asumidas ante la dura experiencia de hallarse en medio de un desierto por un tiempo prolongado, de lo cual podemos extraer un principio de vital importancia: El cristiano debe asumir una actitud correcta ante las crisis de la vida. Básicamente hay dos grades razones que se desprenden de estos eventos en medio del desierto que nos ayudan a entender porque el cristiano debe asumir una actitud correcta en tales circunstancias difíciles:
Porque asumir una actitud incorrecta ante las crisis de la vida nos puede alejar de Dios y sus propósitos
En la Palabra de Dios encontramos el ejemplo clásico del pueblo de Israel en el desierto. A penas los Israelitas había emprendido la marcha para atravesar el desierto camino a la tierra prometida, llegó la primera prueba difícil –el Mar Rojo delante y el ejército egipcio detrás para devorarlos- el pánico se apodero del pueblo y la reacción fue inmediata (Ex.14:11-12). Todos recordamos el resto de la historia, pudieron experimentar el poder de Dios a su favor y saborear una contundente victoria. Después de tres días de camino enfrentan una nueva dificultad con la escasez de agua (Ex.15:22-27). Dios le proveyó agua potable en abundancia, sombra y descanso para recobrar las fuerzas. Un poco más de un mes de esto llegaron al desierto de Sin y les sobrevino una nueva prueba debido al hambre (Ex.16:2-4, 8), Jehová proveyó alimentos que incluyó en ese momento carne de codornices en la tarde-noche y un pan especial durante la mañana (maná), cuya provisión duró cuarenta años (Ex.16:35). Tiempo después acamparon en otra zona desértica llamada Refidim, y una vez más hubo problema con el agua para beber (Ex.17:2-6), y por sólo citar un ejemplo más, estamos recordando la dura experiencia en el desierto de Zin (Nm.20:2-13). En todas estas experiencias fue tanto el mal comportamiento del pueblo que Moisés perdió los estribos y esto le costó no poder entrar en la tierra prometida.
Desdichadamente el pueblo de Israel adoptó actitudes incorrectas todo el tiempo en medio de las pruebas que atravesaron en el desierto(s). Sus reacciones estaban cargadas de quejas, incredulidad, murmuración, ingratitud y expresiones de amargura contra Dios y su siervo Moisés. Lamentablemente lo duro de las pruebas cuando nuestra vida entra en medio de los desiertos de sequía e improductividad espiritual, el calor de los problemas se vuelve irresistible o cuando el frío de la soledad ha inundado nuestro corazón, tendemos a seguir estas actitudes incorrectas delante de Dios que traen funestas consecuencias. Recordamos que esta generación de Israelitas que salió de Egipto rumbo a Canaán, excepto Josué y Caleb, producto de dichas actitudes fue sepultada en el desierto y nunca pudieron disfrutar de la tierra que fluye leche y miel. Perdieron los últimos cuarenta años de su vida en quejas, incredulidad, murmuraciones, ingratitud y amargura.
Afortunadamente no estamos condenados a mantener estas actitudes incorrectas para sufrir estas consecuencias funestas, pues la segunda razón por la que planteamos que el cristiano debe asumir una actitud correcta ante las crisis de la vida es:
Porque asumir una actitud correcta ante las crisis de la vida nos puede acercar a Dios y sus propósitos
En el Nuevo Testamento tenemos el ejemplo clásico de
las dos personas más grandes que han estado en el desierto de Judea:
Juan el Bautista
Lucas 3:2 nos
dice: “vino Palabra de Dios a Juan, en el
desierto de Judea”. Siendo
descendiente de la línea sacerdotal, con lo cual podía vivir en la gran ciudad
de Jerusalén, en una casa relativamente buena, gozar de ciertos privilegios,
tener asegurada una buena comida cada día, etc. decidió ir a pasar períodos de tiempo
(si no es que para entonces moraba allí) en el desierto de Judea con el
propósito bendito de buscar intensamente el rostro de Dios. Estaba en el
desierto de Judea porque tenía un gran dolor al ver a su nación sumida en la
injusticia, la hipocresía y la lejanía de Jehová su Dios. Por tal razón, respondió
enérgicamente al llamado para ser la voz del cielo que tanto se necesitaba
después de cuatrocientos años de silencio profético. Como Juan el Bautista
asumió la gran actitud de convertir el desierto en un lugar de encuentro diario
y profundo con el Señor, su vida y ministerio a pesar de ser breves, fueron
sumamente valiosos, útiles y victoriosos. Esta buena actitud en medio del
desierto trajo como resultado un mensaje de fuego, una autoridad del cielo, un
valor gigantesco y una obediencia absoluta. Denunció toda injusticia, llamó a
la nación al arrepentimiento, reprendiendo a las autoridades religiosas y
políticas por sus abusos y excesos (fariseos, los saduceos, los soldados romanos
y el rey Herodes), le dio la gloria a Dios exaltando a la persona de Cristo del
cual fue su fiel precursor, y finalmente, murió valientemente por sus
convicciones de santidad y justicia. NUNCA permitió que lo difícil del desierto
le llevara a asumir actitudes incorrectas sino lo usó SIEMPRE para buscar más y
más de Dios.
Jesucristo
Mateo 4:1-2. Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Todos recordamos las tres tentaciones de Satanás para que Jesús siguiera sus sugerencias y desechara así la voluntad del Padre Celestial, pero Cristo venció poderosamente. El haber salido vencedor en la prueba del desierto sirvió de preparación para enfrentar el glorioso ministerio público que llevaría adelante, pero también para resistir muchas otras tentaciones y oposiciones, así como otras dificultades propias del ser humano como el hambre, el cansancio, la pobreza, etc. y sobre todo fue una preparación para cumplir el propósito del padre al enviarle a este mundo para hacer el supremo sacrificio para la salvación de la humanidad perdida. ¿Cuál fue el secreto de su triunfo? Simplemente, cuando fue llevado al desierto, usó estos cuarenta días para someterse humildemente a Dios a través de la oración, ayuno y la obediencia a la Palabra de Dios con la cual venció todas las maquinaciones del diablo.
En resumen, ante las crisis de la vida -los desiertos que inevitablemente tenemos que
atravesar- el cristiano debe asumir siempre una actitud correcta delante de
Dios. Porque una actitud incorrecta como la
quejas, las murmuraciones, la ingratitud o la amargura solamente consiguen que
perdamos los mejores años de nuestra vidas y muchas bendiciones del Señor; por
el contrario, cuando adoptamos una buena actitud como es convertir el desierto
en una oportunidad de buscar más profundamente a nuestro Dios tendremos vidas y
ministerios fructíferos y podremos salir vencedores sobre las pruebas y
tentaciones.