miércoles, 7 de octubre de 2020

La mayor bendición de Dios a nuestra vida



1 Pedro 1:9-13

El apóstol Pedro comparte a sus destinatarios en esta porción de su carta el trascendental tema de la salvación eterna en Cristo. Específicamente en el versículo nueve expresa: “obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”. Lastimosamente muchas personas aún creen que pueden obtener la salvación de su alma por medio de las buenas obras, a pesar de que el Nuevo Testamento expresa claramente que la salvación es por medio de la fe en Jesucristo (Ro.8:1; Ef.2:8).

El autor que escribe con el objetivo de animar y consolar a sus hermanos que sufrían por la persecución y el exilio (ver más en el enlace Garantías en el evangelio de Cristo), no podía dejar de recordarles que ya ellos eran salvos desde que recibieron a Cristo como su salvador personal. Sin duda, la reconciliación con Dios por medio del arrepentimiento de nuestros pecados y la fe en Cristo, es la más preciosa bendición que alguien puede obtener en este mundo.

La realidad es que este privilegio inmerecido que Dios nos ha regalado por medio de Jesucristo tenemos que estimarlo y agradecerlo con todo nuestro corazón. En tal sentido, afirmamos el siguiente principio: La mayor bendición de Dios a nuestra vida es la salvación por medio de Cristo. ¿Por qué afirmamos que la mayor bendición de Dios a nuestra vida es la salvación por medio de Cristo? En esta porción bíblica podemos identificar tres privilegios que Dios nos ha concedido en la salvación, los cuales indican que es la mayor bendición que hemos recibido: 


1.      El privilegio relacionado con el tiempo

Tenemos que ver como un privilegio inmerecido de parte de Dios la oportunidad de nacer en esta época de la historia. Es decir, que nos ha tocado vivir en este mundo después de la muerte y resurrección de Cristo para nuestra salvación. El pasaje recoge que los profetas en la antigüedad hablaron, e indagaron apasionadamente, de la gracia que vendría a través de Cristo, la cual no pudieron disfrutar directamente porque su venida al mundo ocurriría muchos años después. ¿Estamos conscientes del gran privilegio que Dios nos ha dado? Hombres de Dios como Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, entre muchos otros, profetizaron del Mesías que vendría a dar la salvación, pero no pudieron ver la obra consumada durante sus vidas y sin embargo nosotros la hemos recibido por la gracia de Dios.  

Los profetas no podían entender muy bien la idea de un salvador que sufriría hasta lo sumo, pero fueron inspirados por el Espíritu Santo para profetizar y escribir al respecto. Isaías, por sólo citar un ejemplo, escribió sobre el siervo sufriente (Is.53), pero no le fue revelado el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Ellos profetizaron mucho sobre el Mesías que vendría, pero no podían ni imaginar que resucitaría de los muertos, ascendería a los cielos, se sentaría a la diestra de Dios para interceder por nosotros y regresaría por segunda vez en gloria a buscar a su pueblo. Tampoco, pudieron vislumbrar el paréntesis en la historia entre la muerte y resurrección de Cristo, y su segunda venida a este mundo, dentro del cual habría la bendita oportunidad para todo aquel que en Él cree no se pierda más tenga vida eterna.

Los profetas indagaron y escudriñaron todo lo concerniente a esta salvación por el anhelo tan grande que ver cumplida estas profecías durante su tiempo de vida. Es importante reconocer que Dios no les engañó, sino dice el pasaje: “A estos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas…” (1P.1:12).   



2.      El privilegio relacionado con los ángeles


El versículo doce de este pasaje termina con la expresión: “cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”. A pesar de la importante función de los ángeles como mensajeros del Dios omnipotente, no existe en la Biblia ningún pasaje que afirme que hay salvación para los ángeles que pecaron, sino plantea que no existe perdón para estos (2P.2:4; Jud.6; He.2:16). Este privilegio inmerecido  ha sido dada únicamente a los seres humanos solamente por la gracia de Dios, pues no hay mérito alguno en nosotros para ser merecedores de tal magna bendición.

Por otra parte, el Señor ha querido en su voluntad que seamos los pecadores arrepentidos los que cumplamos la misión de llevar el evangelio al resto de la humanidad caída y condenada. Los ángeles por su naturaleza como mensajeros y servidores de Dios anhela cumplir tal misión, pero el Señor les ha encomendado otras tareas que la Biblia recoge.   


3.      El privilegio relacionado con el Espíritu Santo 

Las personas que vivieron en este mundo antes de Cristo, podían salvarse creyendo en la promesa dada por Dios del Mesías que vendría. Sin embargo, es un privilegio inmerecido haber nacido después del paso de Cristo por este mundo y poder entender todos los aspectos del evangelio. Es una enorme bendición poder recibir a Cristo como nuestro salvador, entendiendo que murió en la cruz del Calvario para pagar nuestros pecados y reconciliarnos con el Padre Celestial, así como saber que resucitó y que regresará por segunda vez a buscar a su iglesia gloriosa.

Especialmente, es un privilegio inmerecido saber que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo a través del Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo tenía un ministerio intermitente, pues venía en momentos puntuales a llenar a aquellas personas que Dios quería usar como instrumentos en sus manos. Sin embargo, nunca encontraremos palabras para agradecer al Señor haber enviado al Espíritu Santo a la vida de todo aquel que recibe a Cristo como su salvador personal, el cual estará en nosotros hasta el día de la redención.

El versículo doce habla del “Espíritu Santo enviado del cielo”, del cual debemos recordar que está realizando su obra en el mundo de convencer de justicia, de pecado y de juicio. Es decir, que convence a los hombres que la justicia de Dios fue satisfecha en la muerte expiatoria de Cristo, pero mientras el ser humano tenga en poco esta justicia y continúe en sus pecados, le espera el juicio de Dios. En otras palabras, nosotros debemos proclamar el evangelio a la humanidad, pero debemos hacerlo en el poder del Espíritu Santo (Hch.1:8) que convencerá a todos de estos tres inseparables aspectos para alcanzar la salvación eterna en Jesucristo.

En resumen, la mayor bendición de Dios a nuestra vida es la salvación por medio de Cristo. Esto lo afirmamos basado en este porción bíblica porque hemos identificado tres privilegios que esto implica: (1) El privilegio de haber nacido después de Cristo. (2) El privilegio que Dios nos ha dado a nosotros y no a los ángeles. (3) El privilegio de haber recibido al Espíritu Santo que estará en nosotros hasta el día de la redención.


Nos gustaría que nos deje un comentario, pues quisiéramos continuar creciendo juntos en la vida cristiana.