El salmista comienza con una exclamación bien significativa: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!”. En la misma se destacan varios aspectos de la persona de Dios:
· ¡Oh Jehová, Señor nuestro…! El autor prefirió comenzar usando el nombre con el cual Dios mismo se reveló a su pueblo, que en el original es “Yahvé” derivado de la raíz del verbo “ser”, por lo que se traduce como “El que es”. El Señor mismo se reveló a Moisés como “Yo soy el que soy”, en otras palabras “el que fue, el que es, el que será, el eterno presente”. Por lo tanto, este nombre nos habla de su eternidad y de su autonomía, que combinados se le conoce como el atributo de la soberanía de Dios. El es el Rey, el Dueño y el Señor, por lo cual ejerce libremente su voluntad soberana.
·
(2) ¡…Cuán
glorioso es tu nombre en toda la tierra! El término “glorioso” que se emplea en el hebreo original significa “amplio o
grande”. El salmista estaba destacando la grandeza incomparable del soberano
Dios. La expresión “es tu nombre”,
nos recuerda que el nombre de Dios era tan respetado en la nación de Israel que
llegó a ser sinónimo de Su presencia misma (Éx.20:7;
Dt.12:11; Sal.20:1). Después agrega la frase “en toda la tierra”.
Independientemente de que el pueblo de Israel era muy nacionalista, y de estar
rodeados de muchos pueblos paganos que adoraban a sus “propios dioses”, ellos
reconocían que la grandeza y soberanía de Yahvé era tal que transcendía todas
las fronteras y era para todos los pueblos del mundo.
Es posible ver la grandeza y soberanía de Dios observando la creación del universo
Dos expresiones del Salmo confirman esta verdad: “Has puesto tu gloria sobre los cielos” y “cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste…”. Una ilustración que muestra la gloria del Señor sobre los cielos es la Vía Láctea, la cual aunque sea difícil de entender es una pequeña subdivisión dentro del universo creado. La misma está formada por millones de millones de estrellas (Gn.1:16-18; 15:5-6; Job.38:4-7; 1Co.15:41). Es interesante que para medir la distancia a la que está cada una de la tierra, o entre ellas, hay que usar la medida conocida como “años luz” (La luz viaja a un promedio de 300 000 kilómetros por segundo y en un año recorre 9.46 billones de kilómetros -esta última cifra es la unidad a partir de la cual se comienza a medir). En tal sentido, es asombroso saber que las distancias son de miles de años luz, y todo esto solamente dentro de la Vía Láctea. Los científicos han calculado que para contar las estrellas solamente de la Vía Láctea, a una por segundo, nos tomaría 2500 años para hacerlo.
Es posible ver la grandeza y soberanía de Dios observando la creación del hombre
El ser humano en su rebeldía contra Dios, ha tratado de explicar el origen del hombre por medio de teorías creadas en su mente carnal (teorías que no han podido ser demostradas). Este es el caso de la “teoría de la evolución” expuesta por Charles Darwin, la cual es el resultado de la imaginación y especulación de este hombre que se trató de convencer así mismo de tal creencia. Contrario a esto la Biblia no intenta demostrar el origen del hombre, sino que afirma con toda autoridad: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…” (Gn.1:26). Podemos ver la grandeza y soberanía de nuestro Dios al crear al hombre como un ser especial y distinto al resto de los seres vivos que habitan sobre la faz de la tierra. Es decir, que el hombre no es un animal superior o más sofisticado que está a la cabeza de la cadena evolutiva, sino el resultado de la creación directa y especial de Dios. La coronación de gloria y honra tiene una relación directa con la imagen y semejanza de Él en nosotros. Algunas de las implicaciones que tiene la misma que hace al hombre distinto y superior al resto de los seres vivos sobre el planeta son su racionalidad, su espiritualidad, su capacidad moral, su responsabilidad para trabajar y administrar en la creación, su potencialidad expresada en habilidades y su sentido de eternidad. Ahora bien, es muy importante que cada ser humano viva consciente que de la vida, y todo lo bueno que pueda poseer, se le debe a nuestro Dios creador.
Es posible ver la grandeza y soberanía de Dios observando la redención del hombre caído
Dios continúo amando al ser humano a pesar de la triste caída en pecado, y del consecuente alejamiento de Él. El Señor se manifestó como el Dios de toda gracia, y como lo expresa el Salmo: “¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?”. Merecíamos la condenación eterna pero Él decidió redimirnos reconciliándonos con Él, lo cual garantizó visitándonos en la persona de Jesucristo. Varios pasajes conocidos nos afirman esta verdad. Por tal razón, tenemos que vivir eternamente agradecidos a Dios porque siendo el Soberano de la creación, y a pesar de nuestros pecados, Él ha querido salvarnos.