La mayoría de los comentaristas bíblicos coinciden al plantear que este Salmo fue escrito para el evento del traslado de regreso del arca a la ciudad de Jerusalén (2Sm.6:1-20; 1Cr.13,15). Esto fue un motivo de adoración solemne y gozosa. Según se plantea, después de aquella ocasión la poesía continúo usándose en fiestas sagradas de la nación, siendo cantado antifonalmente (el director decía una frase y la congregación al unísono respondía con otra).
Un hijo de Dios anda en santidad cuando tiene manos limpias
En la ley Mosaica encontramos muchas referencias al lavamiento con agua de las manos, los pies, todo el cuerpo y los vestidos, después de haber tocado cualquier cosa inmunda. Varios siglos después encontramos a los fariseos haciendo un sobre énfasis en ciertos rituales sobre el lavamiento de las manos antes de comer. En esta secta la práctica no tenía un sentido higiénico sino ceremonial, lo cual fue agregado por los ancianos como una tradición por encima de lo que la ley contemplaba. Sin embargo, a pesar de levarse las manos siete veces ante de las comidas, no podían considerarse hombres de “manos limpias” delante de Dios. (Mt.15:1-14).
“Manos limpias” es una expresión figurada para hablar de que nuestros actos o acciones tienen que ser siempre correctos y transparentes antes los ojos de Dios. La frase subrayada es importante en nuestros días, pues el mundo postmoderno hace un marcado énfasis en el relativismo filosófico y moral. En otras palabras, se plantea que no existe una verdad absoluta que pueda definir para todos los seres humanos de todos los tiempos lo que es correcto o incorrecto. Es decir, que no hay hombres de manos limpias y otros de manos contaminadas porque todo depende del punto de vista de cada cual. Esto concepto peligroso tristemente ha influido la vida de muchos cristianos que están contaminando sus manos con el pecado, y a la vez justificando dichos actos con razonamientos humanos. Este relativismo no funciona con el Dios soberano que es Santo, Santo, Santo y demanda santidad en la vida de sus hijos.
Un hijo de Dios anda en santidad cuando tiene un corazón puro
La Palabra de Dios hace énfasis en la importancia de mantener un corazón puro (Sal.7:9-10; 66:18-19; Pr.4:23; Mt.5:8). Esto es necesario porque cuando el corazón no es puro, no hay santidad en nuestras vidas y esto trae consecuencias trágicas (Gn.6:5-8; 1R.11:1-4; Mt.15:15-20). Algunos se conducen de manera correcta externamente, pero la intención o motivación interior no es pura. Recordamos que Cristo les dijo a los fariseos: “hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí” (Mt.15:7-9).
Un hijo de Dios anda en santidad cuando no ha elevado su alma a cosas vanas
En el Antiguo Testamento vanidad es la traducción de una palabra que significa: “un soplo de aire con la boca”, el cual da la idea de vacío insustancial, algo que carece de contenido sólido, de valor, de utilidad y que es transitorio o pasajero. O sea, todas aquellas cosas que ofrece este mundo que son contrarias al eterno Dios, cuya plenitud es imposible describir con palabras humanas.