viernes, 24 de julio de 2020

Salmo 24: “El Dios santo”




La mayoría de los comentaristas bíblicos coinciden al plantear que este Salmo fue escrito para el evento del traslado de regreso del arca a la ciudad de Jerusalén (2Sm.6:1-20; 1Cr.13,15). Esto fue un motivo de adoración solemne y gozosa. Según se plantea, después de aquella ocasión la poesía continúo usándose en fiestas sagradas de la nación, siendo cantado antifonalmente (el director decía una frase y la congregación al unísono respondía con otra).

 Ahora bien, como el propósito de esta poesía fue desde su origen rendirle reconocimiento y adoración al único Dios, su contenido principal se centra en 2 grandes aspectos: (1) Declarar quien es el Dios que adoramos. Por esta razón, en los versículos 1 y 2 es presentado como el Dios Soberano, Señor del universo y Dueño por derecho de creación, y en el versículo 3 como el Dios Santo. Algunos teólogos plantean que la santidad de Dios es el atributo que resume todos sus atributos morales. De hecho, es el único que se repite tres veces acompañando su nombre. (2) Aclarar como sus hijos pueden acercarse al Dios Santo para rendirle adoración. En otras palabras: Porque Dios es perfectamente santo, demanda santidad en la vida de sus hijos.  El salmista nos presenta varias características que están presentes en un hijo de Dios que anda en santidad:  


Un hijo de Dios anda en santidad cuando tiene manos limpias

En la ley Mosaica encontramos muchas referencias al lavamiento con agua de las manos, los pies, todo el cuerpo y los vestidos, después de haber tocado cualquier cosa inmunda. Varios siglos después encontramos a los fariseos haciendo un sobre énfasis en ciertos rituales sobre el lavamiento de las manos antes de comer. En esta secta la práctica no tenía un sentido higiénico sino ceremonial, lo cual fue agregado por los ancianos como una tradición por encima de lo que la ley contemplaba. Sin embargo, a pesar de levarse las manos siete veces ante de las comidas, no podían considerarse hombres de “manos limpias” delante de Dios. (Mt.15:1-14).

“Manos limpias” es una expresión figurada para hablar de que nuestros actos o acciones tienen que ser siempre correctos y transparentes antes los ojos de Dios. La frase subrayada es importante en nuestros días, pues el mundo postmoderno hace un marcado énfasis en el relativismo filosófico y moral. En otras palabras, se plantea que no existe una verdad absoluta que pueda definir para todos los seres humanos de todos los tiempos lo que es correcto o incorrecto. Es decir, que no hay hombres de manos limpias y otros de manos contaminadas porque todo depende del punto de vista de cada cual. Esto concepto peligroso tristemente ha influido la vida de muchos cristianos que están contaminando sus manos con el pecado, y a la vez justificando dichos actos con razonamientos humanos. Este relativismo no funciona con el Dios soberano que es Santo, Santo, Santo y demanda santidad en la vida de sus hijos.


Un hijo de Dios anda en santidad cuando tiene un corazón puro

La Palabra de Dios hace énfasis en la importancia de mantener un corazón puro (Sal.7:9-10; 66:18-19; Pr.4:23; Mt.5:8). Esto es necesario porque cuando el corazón no es puro, no hay santidad en nuestras vidas y esto trae consecuencias trágicas (Gn.6:5-8; 1R.11:1-4; Mt.15:15-20). Algunos se conducen de manera correcta externamente, pero la intención o motivación interior no es pura. Recordamos que Cristo les dijo a los fariseos: “hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí” (Mt.15:7-9).


Un hijo de Dios anda en santidad cuando no ha elevado su alma a cosas vanas

En el Antiguo Testamento vanidad es la traducción de una palabra que significa: “un soplo de aire con la boca”, el cual da la idea de vacío insustancial, algo que carece de contenido sólido, de valor, de utilidad y que es transitorio o pasajero. O sea, todas aquellas cosas que ofrece este mundo que son contrarias al eterno Dios, cuya plenitud es imposible describir con palabras humanas.

 Específicamente en el contexto del Antiguo Testamento algunas de las cosas más conocidas que se consideraban vanidades son: (1) La idolatría (Is.41.29; 44:9-20; Sal.115:3-9). (2) Las enseñanzas de los falsos profetas (Jr.23:16). (3) Los ofrecimientos ilusorios y pasajeros de este mundo para desviarnos del verdadero Dios. Recordamos a Salomón, quien experimentó cuanta cosa quiso en este mundo, sin embargo, siendo un anciano escribe el libro de Eclesiastés para decirnos: “vanidad de vanidades todo es vanidad”, cuando se vive lejos de Dios. Él veía como vanidad poner la búsqueda de más conocimiento como el objetivo principal de la vida (Ecl.1:16-18), la alegría por medio de ciertos placeres como la ingestión de bebidas alcohólicas y la promiscuidad sexual (2:1-3; 9:9), aspirar a posiciones de poder (4:13-16), entre otras.      


Un hijo de Dios anda en santidad cuando no ha jurado con engaño

 El juramento en la antigüedad era una solemne apelación a Dios para ser testigo de un pacto, o confirmar la verdad de un dicho (Gn.21:23-24). Esto fue autorizado dentro de la Ley (Dt.6:13), pero era altamente condenado si se hacía con engaño (Lv.19:12). Lamentablemente, a pesar de estar prescrito con toda claridad en la Ley, se hizo común el juramento engañoso. Entonces encontramos siglos después a Cristo estableciendo una norma mucho más alta de integridad espiritual para sus hijos (Mt.5:33-37). De cualquier manera el énfasis en el Salmo veinticuatro no es tanto el juramento mismo, sino su apellido “con engaño”. El engaño en la vida de un hijo de Dios es una falta grave, es dejar el camino de santidad y ofender al Dios Santo. Aunque es cierto que decir la verdad en todo momento conlleva un precio a pagar, también es seguro que la mentira acarrea consecuencias más grandes y dolorosas.


En resumen, porque Dios es perfectamente santo, demanda santidad en la vida de sus hijos.



Nos gustaría que nos dejara un comentario, pues quisiéramos continuar creciendo junto a usted en la vida cristiana.


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