“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1Co.11:1).
“y vosotros
vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en
medio de gran tribulación…” (1Ts.1:6).
En el corazón del evangelio se encuentra bien arraigado
la idea de imitar a Cristo. El concepto mismo de discípulo involucra a alguien que
sigue e imita a su maestro en el diario vivir. En tal sentido, es completamente
incongruente que nos presentemos como cristianos, pero no procuremos ser como
nuestro Maestro de maestro. Por tal razón, es
necesario imitar a Cristo para la edificación de una vida cristiana sólida. Ahora
bien, ¿Cómo imitar a Cristo para lograr tan loable ideal? En sentido general
podemos imitar a Cristo a través de tres acciones de vital importancia:
Imitamos a Cristo pensando como Cristo piensa
El apóstol Pablo expresó: “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1Co.2:12-16). Aunque debemos recocer que nuestra propia mente es el
campo de batalla más difícil para resistir los ataques del enemigo. El diablo
siempre está intentando sembrarnos malos pensamientos en nuestra mente. Este es
un tema vital porque es precisamente allí donde quieren anidar las “vanidades
ilusorias” (Ef.4:17), y los
pensamientos corrompidos (Tit.1:15).
Tito subrayó en su carta: “para los puros
todo es puro”. Por esta razón, como nuestra tendencia pecaminosa es a pecar
con nuestros pensamientos, tenemos que aferrarnos profundamente a nuestro Dios
para para que nos ayude a renovar la mente (Ro.12:1-2;
Ef.4:23). Entonces, estaremos en mejores condiciones para pensar como
Cristo y glorificar a nuestro Dios de esa manera. Nuestra mente no servirá al
pecado, sino que será usada para amar y entregarnos completamente a nuestro
Padre Celestial (Mt.22:37; Lc.10:27),
y para atesorar las enseñanzas de su Palabra (He.10:16; Jer.31:33).
Imitamos a Cristo sintiendo como Cristo siente
Nuestro Señor Jesucristo en su ministerio público manifestaba su inigualable y desbordante amor en su trato con las personas con las que interactuaba. Esto era una práctica habitual, no solamente con hombres preparados e importantes de la nación como Nicodemo, sino con todos aquellos despreciados socialmente por sus pecados como Zaqueo, la mujer samaritana, el endemoniado gadareno, la mujer que lavó sus pies con el perfume, sus lágrimas y su cabello, entre muchos otros. También lo encontramos derramando amor al sanar a muchos enfermos desahuciados como leprosos, ciegos, paralíticos y endemoniados.
A solamente unas horas de ascender a la cruz del
Calvario, dice Juan 13:1 que amó a
sus discípulos hasta el fin. Sin duda, la demostración más grande del amor de
Dios y de su Hijo Cristo fue su entrega expiatoria en la cruz del Calvario. En
tal sentido nos preguntamos ¿Está presente esta clase de amor en nuestras vidas
como cristianos? ¿Estamos imitando a Cristo en su amor? El amor de Cristo no es
un amor “porque” (te amo porque tiene muchas virtudes, una buena conducta e
importantes logros en la vida), sino un amor “a pesar de” (a pesar de que somos
pecadores, le fallamos y no lo merecemos, Él nos ama). Su amor es tan profundo
e incomprensible por nuestras mentes finitas, que nos mandó en el Sermón del
Monte a amar a nuestros enemigos. Y estando en la cruz del Calvario oró por sus
enemigos, diciendo: “Padre perdónalos
porque no saben lo que hacen”. Sin duda, el más alto ideal de amor que
debemos imitar todos los días de nuestra vida.
Imitamos a Cristo obrando como Cristo obra (1Jn.2:1-6)
Deberíamos preguntarnos frecuentemente ¿A qué responden nuestras obras, acciones, conducta y procedimientos? ¿A nuestros propios intereses? ¿A las ofertas de este mundo? Que maravilloso es poder afirmar que responden al ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Es necesario recordar siempre que “si alguno dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. Si anhelamos imitar a Cristo en su manera de obrar, entonces debemos considerar cómo anduvo Cristo en su ministerio público. Entre las tantas cosas buenas que nuestro Señor Jesucristo hizo sobre esta tierra, podemos mencionar las siguientes:
·
Llevaba una
vida de dependencia de Dios por medio de la oración.
·
Vivía de una
vida de transparencia y sinceridad.
·
Vivía
sirviendo desinteresadamente a los demás.
·
Predicaba el
evangelio.
·
Enseñaba la
Palabra de Dios.
·
Formaba
discípulos.
· Lograba un buen uso del tiempo.