domingo, 21 de junio de 2020

Imitando a Cristo para una vida cristiana sólida


 


“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1Co.11:1).


“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros…” (Ef.5:1).

“y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación…” (1Ts.1:6).

 El apóstol Pablo insistió en la importancia de que los creyentes imiten a Cristo. Las personas en este mundo, especialmente los jóvenes, hacen esfuerzos por parecerse a sus héroes o ídolos (deportistas, cantantes, artistas y otros), sin considerar la condición moral y espiritual de los mismos. Lamentablemente, vivimos en una época carente de buenos ejemplos a seguir, por lo que la gente termina imitando a personas inmorales. La pregunta para los cristianos es ¿A quién estamos tratando de imitar?

En el corazón del evangelio se encuentra bien arraigado la idea de imitar a Cristo. El concepto mismo de discípulo involucra a alguien que sigue e imita a su maestro en el diario vivir. En tal sentido, es completamente incongruente que nos presentemos como cristianos, pero no procuremos ser como nuestro Maestro de maestro. Por tal razón, es necesario imitar a Cristo para la edificación de una vida cristiana sólida. Ahora bien, ¿Cómo imitar a Cristo para lograr tan loable ideal? En sentido general podemos imitar a Cristo a través de tres acciones de vital importancia:

 

Imitamos a Cristo pensando como Cristo piensa

El apóstol Pablo expresó: “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1Co.2:12-16). Aunque debemos recocer que nuestra propia mente es el campo de batalla más difícil para resistir los ataques del enemigo. El diablo siempre está intentando sembrarnos malos pensamientos en nuestra mente. Este es un tema vital porque es precisamente allí donde quieren anidar las “vanidades ilusorias” (Ef.4:17), y los pensamientos corrompidos (Tit.1:15). Tito subrayó en su carta: “para los puros todo es puro”. Por esta razón, como nuestra tendencia pecaminosa es a pecar con nuestros pensamientos, tenemos que aferrarnos profundamente a nuestro Dios para para que nos ayude a renovar la mente (Ro.12:1-2; Ef.4:23). Entonces, estaremos en mejores condiciones para pensar como Cristo y glorificar a nuestro Dios de esa manera. Nuestra mente no servirá al pecado, sino que será usada para amar y entregarnos completamente a nuestro Padre Celestial (Mt.22:37; Lc.10:27), y para atesorar las enseñanzas de su Palabra (He.10:16; Jer.31:33).

 

Imitamos a Cristo sintiendo como Cristo siente

Nuestro Señor Jesucristo en su ministerio público manifestaba su inigualable y desbordante amor en su trato con las personas con las que interactuaba. Esto era una práctica habitual, no solamente con hombres preparados e importantes de la nación como Nicodemo, sino con todos aquellos despreciados socialmente por sus pecados como Zaqueo, la mujer samaritana, el endemoniado gadareno, la mujer que lavó sus pies con el perfume, sus lágrimas y su cabello, entre muchos otros. También lo encontramos derramando amor al sanar a muchos enfermos desahuciados como leprosos, ciegos, paralíticos y endemoniados.

A solamente unas horas de ascender a la cruz del Calvario, dice Juan 13:1 que amó a sus discípulos hasta el fin. Sin duda, la demostración más grande del amor de Dios y de su Hijo Cristo fue su entrega expiatoria en la cruz del Calvario. En tal sentido nos preguntamos ¿Está presente esta clase de amor en nuestras vidas como cristianos? ¿Estamos imitando a Cristo en su amor? El amor de Cristo no es un amor “porque” (te amo porque tiene muchas virtudes, una buena conducta e importantes logros en la vida), sino un amor “a pesar de” (a pesar de que somos pecadores, le fallamos y no lo merecemos, Él nos ama). Su amor es tan profundo e incomprensible por nuestras mentes finitas, que nos mandó en el Sermón del Monte a amar a nuestros enemigos. Y estando en la cruz del Calvario oró por sus enemigos, diciendo: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sin duda, el más alto ideal de amor que debemos imitar todos los días de nuestra vida.

 

Imitamos a Cristo obrando como Cristo obra (1Jn.2:1-6) 

Deberíamos preguntarnos frecuentemente ¿A qué responden nuestras obras, acciones, conducta y procedimientos? ¿A nuestros propios intereses? ¿A las ofertas de este mundo? Que maravilloso es poder afirmar que responden al ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Es necesario recordar siempre que “si alguno dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. Si anhelamos imitar a Cristo en su manera de obrar, entonces debemos considerar cómo anduvo Cristo en su ministerio público. Entre las tantas cosas buenas que nuestro Señor Jesucristo hizo sobre esta tierra, podemos mencionar las siguientes:


·         Llevaba una vida de dependencia de Dios por medio de la oración.

·         Vivía de una vida de transparencia y sinceridad.

·         Vivía sirviendo desinteresadamente a los demás.

·         Predicaba el evangelio.

·         Enseñaba la Palabra de Dios.

·         Formaba discípulos.

·         Lograba un buen uso del tiempo.


En resumen, para la edificación de una vida cristiana sólida es necesario imitar a Cristo en su manera de pensar, sentir y obrar.  

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario