lunes, 22 de junio de 2020

Imitando a Cristo en el amor





Aunque es cierto que a lo largo de la historia del cristianismo han existido hombres y mujeres destacados por una vida piadosa, demostrada en sus muchas obras benéficas, ninguno ha de compararse jamás ni por un segundo al glorioso amor de nuestro Señor Jesucristo. Debido a que el Maestro de los maestros fue totalmente consecuente al practicar en su vida diaria lo que enseñó con sus palabras, bien se pudiera resumir su amor en lo que él llamó el primer y segundo mandamiento:


“Y amarás a l Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mr.12:30-31).


Esta verdad nos lleva a afirmar el siguiente principio: Es necesario imitar el gran amor de Cristo para una vida cristiana sólida. Al respecto, cabe hacernos una pregunta ¿Cuáles son las características del gran amor de Cristo por lo que debemos imitarlo? En Efesios 3:17-19 el apóstol Pablo describió la grandeza del amor de Cristo en sus cuatro dimensiones:


La anchura del amor de Cristo

Cuando meditamos en el sacrificio de Cristo por nosotros, podemos notar que la cruz estaba formada por dos vigas de madera: (1) La vertical. Esta sostenía su cuerpo apuntaba al cielo, recordando con esto que él vino a cumplir el propósito de satisfacer completamente la justicia de Dios por causa de nuestros pecados. (2) La horizontal (patíbulo). Allí quedaron fijadas sus manos por los grandes clavos. Sus brazos abiertos eran un recordatorio de su propósito al venir a salvar a todo aquel que en él cree. Cuan glorioso es saber que cuando alguien decide venir a él, recibe su abrazo de amor incomparable. Esto nos recuerda sus palabras al decir: “El que a mí viene, no le echo fuera” (Jn.6:37), y también cuando expresó: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt.11:28). En otras palabras, la gran anchura de su amor nos recuerda que Dios no hace acepción de personas (Hch.10:34; Ro.2:7-11; Gá.2:6; Ef.6:9; Lc.15:1-2). Todo ser humano tiene la oportunidad de arrepentirse de sus pecados, recibir a Cristo por fe, reconciliarse con Dios y recibir su salvación eterna.

 Un resultado directo de no hacer acepción de personas, es que su amor no está confinado a los fáciles de amar, sino que incluye hasta los enemigos. Esto nos lleva a preguntamos ¿Cuan ancho es nuestro amor en estos momentos? ¿Hacemos acepción de personas? ¿Amamos solamente a los que nos son agradable? Tengamos en cuenta las palabras de Santiago 2:1-13.



La longitud del amor de Cristo

Jesucristo expresó: “…por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mt.24:12). Esta profecía que forma parte de las señales de los tiempos del fin, se está cumpliendo a cabalidad en nuestros días. A tal punto se ha deprimido el verdadero amor, que la sociedad ha venido cambiando hasta los conceptos al respecto, lo cual refleja hasta en la cultura popular a través de canciones, filmes y novelas donde el amor es algo temporal. Contrario a esto, la longitud del amor de Cristo es infinita. Su amor digno de imitar es eterno. En 1 Corintios 13 se nos recuerda que el amor de Dios nunca deja de ser. Deberíamos reflexionar seriamente si nuestro amor por los demás es permanente o se enfría con el tiempo. Si vamos a imitar a Cristo en el amor no podemos olvidar que su amor es perenemente.  



La profundidad del amor de Cristo

La misericordia es una de las características del verdadero amor que más se ha perdido en nuestros días. A tal punto, que muchos te critican cuando ayudas a alguien desinteresadamente, tildándote de muy “inocente”. Lo cierto es que la profundidad del amor de Cristo viene dada por su misericordia sin límites. Ejemplos de sus buenas acciones llenan las páginas de los Evangelios (Mr.1:40-41; Lc.7:11-15; Lc.19:41-44; Mt.9:36).

Otro elemento que define la profundidad del verdadero amor, es su capacidad para perdonar. Si decimos que amamos a alguien, pero no estamos dispuestos a perdonar sus ofensas o errores, y a pedir perdón cuando hemos fallados, nuestro amor no tiene profundidad alguna. Cristo hizo énfasis en sus enseñanzas sobre el tema del perdón (Mt.18:21-22; Mr.11:25-26; Lc.23:34). También el apóstol Pablo nos exhorta con toda claridad sobre la necesidad de perdonar a otros, de la misma manera en que Cristo nos perdonó a nosotros (Ef.4:32; Col.3:13). Por consiguiente, procuremos imitar a Cristo en la profundidad de su amor siendo compasivos y perdonando sin reservas a los demás.       



La altura del amor de Cristo

Al considerar esta dimensión, no podemos dejar de recordar la pureza y perfección de Dios que habita en las alturas. Es decir, que podemos traducir la altura del amor de Cristo como: Amor real, sincero, no fingido, puro, no por intereses mezquinos o dobles intensiones. Es preocupante cuando un hijo de Dios dice amar a los demás a su alrededor, pero hipócritamente está esperando sacar beneficios de los mismos. La motivación que impulso a Cristo a venir a este mundo y morir en la cruz por nosotros, fue puro amor y un amor puro. Por esa razón, en el Nuevo Testamento se nos insiste en que nuestro amor sea genuino (Ro.12:9-10; 1Jn.3:18). La pregunta es ¿Tiene nuestro amor esa altura? ¿Amamos con un amor puro y libre de dobles intensiones?


Es necesario imitar la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo para desarrollar una vida cristiana realmente sólida. Esta verdad es resumida por el apóstol Pablo en el pasaje, expresando: “Para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”.


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