sábado, 27 de junio de 2020

Imitando a Cristo en la sinceridad






El término “sincero” hace referencia a una persona que habla o actúa sin doblez. Hace algunos años escuché a un predicador explicando que la palabra “sincera”, surgió en el contexto de los carpinteros en la antigüedad. Los cuales cuando iban a trabajar la madera cubrían los agujeros de la misma con cera, después pintaban o barnizaban y todo se veía como perfecto. Entonces, las personas que venían a adquirir los muebles expresaban: Por favor, quiero una pieza sin cera. O sea, que sea pura madera, auténtica, sin disfraces.

 Sin lugar a dudas, la persona más sincera, en palabras y en hechos, sin dobleces y auténtica que ha caminado por esta tierra es nuestro Señor Jesucristo. Lamentablemente, nos ha tocado vivir en una época y contexto donde la sinceridad es una virtud prácticamente olvidada. Sin embargo, los cristianos que somos o debemos ser contracorriente de este mundo en ruina, para obedecer y agradar a nuestro Dios, debemos resistirnos y luchar contra la ola de falta de sinceridad que nos rodea. Por esta razón afirmamos que es necesario imitar a Cristo en la sinceridad para una vida cristiana sólida. ¿Cuáles son las características de la sinceridad de Cristo que debemos imitar? 


Una sinceridad genuina

 

No se trata de aparentar que somos sinceros sino serlo en verdad. Jesús fue sincero todo el tiempo y en todos los lugares. Lo recordamos frente a los hipócritas fariseos expresándole lo que estos hombres necesitaban oír (Mt.6:5-6; 12:38-40; 16:1-4; 23:1-36)).

 Ahora bien, hay muchos cristianos que por su temperamento, su carácter y su formación en general, le es relativamente sencillo decirle a los demás lo que están haciendo mal, pero la sinceridad va mucho más allá. La realidad es que no se trata solamente de los demás, sino es un asunto de nosotros mismos. Es decir, que no es solamente señalarles a otros sus fallos, debilidades y defectos, sino es reconocer con toda sinceridad los nuestros (Mt.7:1-5). Por ejemplo, cuando Jesucristo estaba “triste hasta la muerte”, se lo expresó a sus discípulos y les pidió apoyo en oración (Mt.26:38), cuando se sintió enojado ante la profanación del templo y las cosas sagradas de Dios lo manifestó públicamente (Mt.21:12-17). No se dedicó a guardar rencor, ni a usar ironías, ni a murmurar a espaldas de otros, ni actuar de una manera en un lugar y de otra bien diferente en otro. La verdad es que la principal motivación para vivir una sinceridad genuina es lo que la Biblia llama el “temor de Dios”. Esto significa respeto absoluto y reverencia al Señor que todo lo ve y escudriña. Debemos tener presente que a Él daremos cuenta de cada decisión y acción en nuestras vidas.

 

Una sinceridad amorosa y respetuosa

 

La sinceridad no es incompatible con un trato amoroso y respetuoso. Jesús decía la verdad a las personas con las que interactuaba pero siempre con respeto y motivado por el amor. Algunos ejemplos que podemos recordar son: (1) Su encuentro con la mujer samaritana (Jn.4). (2) Su encuentro con Nicodemo (Jn.3). (3) La escena de la madre de Juan y Jacobo pidiendo privilegios para sus hijos por encima de los demás. Tristemente, hay muchos creyentes dispersos entre las iglesias, que impulsados en su mayoría por amarguras, frustraciones, malos sentimientos y conceptos errados, en nombre de la sinceridad tratan a los demás con exabruptos, asperezas, falta de amor y misericordia, carentes de amabilidad y respeto. Estos piensan que por usar muchos pasajes bíblicos, ya tienen toda la autoridad para hablar de esa manera a los demás. Veamos que qué enseña la Biblia al respecto:

  • Enseña que es nuestros deber ser sincero y estar preparado para defender la fe que poseemos, pero tenemos que hacerlo con mansedumbre y reverencia (1P.3:8-17).
  • Enseña que es nuestro deber decir y defender la verdad con toda sinceridad, pero siempre con amor (1Co.16:14; Ef.4:14-16; Col.3:12-15; 1Co.13:1-3, 1Ti.1:3-7, 1P.4:7-8; 1J.4:20-21).
  • Enseña que es nuestro deber hablar con sinceridad lo que tengamos que decir, pero sin ser contencioso (Fil.2:3; 2Ti.2:14-15; 23-25).

 Es decir, que una sinceridad en nuestro hablar pero sin amor, ni misericordia, ni respeto, no es de mucho valor delante de nuestro Dios. El hecho de ser sincero no nos otorga el derecho a ofender a los demás. Una sinceridad carente de estas otras grandes virtudes es cinismo y desfachatez.  

 

Una sinceridad prudente y sabia 

Cada día es más común ver a personas que en nombre de la sinceridad, comenten toda clase de imprudencia y demuestran una falta total de sabiduría. Esto ocurre porque algunos creen que como deben ser sinceros, tienen que expresar todo lo que piensan en alta voz, sin medir el lugar o las personas que tienen delante. La Biblia muestra que la sinceridad y la prudencia tienen que caminar de la mano (Mt.21:23-27; 22:15-22; Lc.8:8-10). La sinceridad que se divorcia de la prudencia y la sabiduría es tan pecaminosa como la falta de esta. Generalmente cuando esto ocurre se asocian otros pecados como el juzgar con ligereza a los demás (Mt.7:1-2; Ro.14:13; Stg.4:12), la murmuración, el chisme, la calumnia y la difamación (Fil.2:14; 1P.4:9; Stg.4:11), así como las palabras ociosas y las ofensas.                          


Es necesario imitar a Cristo en la sinceridad genuina, amorosa, respetuosa, prudente y sabia, para una vida cristiana sólida.