domingo, 28 de junio de 2020

Imitando a Cristo en su vida de oración




                       

Jesús le concedió una alta prioridad a la oración en su vida y ministerio público (Mr.1:35; Lc.5:15-16; 6:12; 22:39-41). De manera explícita los Evangelios recogen veintitrés ocasiones en que Cristo oró profundamente al Padre Celestial. Por supuesto, estas menciones fueron momentos trascendentales, pero sólo representan un ínfimo por ciento de su disciplina en esta área espiritual. Una prueba del valor que el Maestro de los maestros le daba a la oración, lo constituye el hecho de enfrentar cada evento clave elevando su clamor a Dios. Por citar solamente algunos ejemplos, podemos recodar cuando pasó toda la noche orando antes de llamar a sus doce discípulos (Lc.6:12), antes y después de alimentar a los cinco mil (Mr.6:21; Mt.14:23-25), en el monte de la transfiguración (Lc.9:28-29), ante la tumba de Lázaro (Jn.11:41-42), cuando bendijo a los niños (Mt.19:13-15), al instituir la cena (Mr.14:22-23), en el huerto de Getsemaní (Mt.26:36-44), en la cruz del Calvario (Lc.23:34,46; Mr.15:34) y al ascender al Padre Celestial (Lc.24:50-51). Por lo tanto, por ser nuestro Señor Jesucristo nuestro ejemplo supremo, afirmamos: es imprescindible imitar a Cristo en la oración para una vida cristiana sólida. Al respecto nos preguntamos ¿Qué significa imitar a Cristo en su vida de oración? La respuesta a esta interrogante contiene dos grandes aspectos:

 

Imitar a Cristo en sus actitudes frente a la oración (¿Cómo oraba Jesús?)



 

Oraba esforzadamente 

Nuestro Señor hacía un gran esfuerzo por mantener una vida de oración significativa delante de Dios. Cotidianamente se levantaba muy de mañana, siendo aún muy oscuro, para orar en un lugar desierto. También solía pasar toda la noche orando.

 Esta disciplina espiritual demanda una férrea voluntad, la cual puede cultivarse con la ayuda del Señor. La tendencia humana es a estar tan cargados de trabajos que no se encuentra el tiempo para orar. En otras ocasiones nos sentimos tan cómodos con lo que somos o tenemos, que no sentimos necesidad de hacer tales esfuerzos por buscar el rostro de Dios. Es necesario un esfuerzo intencional para practicar la oración, pues muchas veces no vamos a sentir deseos de buscar a Dios. Es importante esforzarnos aun cuando no estemos motivados en ese momento, porque la necesidad espiritual es real en nuestras vidas.

 

Oraba incesantemente

La oración acompañó a Jesús desde el principio hasta el final de su ministerio público. Tal es así, que antes de comenzar el mismo se apartó al desierto para orar durante cuarenta días y cuarenta noches (Mt.4:1-2). Incluso en la cruz lo encontramos elevando sus plegarias al Padre Celestial. Por esa razón, sus discípulos que le vieron vivir cada día, mantuvieron esta práctica en la iglesia primitiva (Hch.1:14; 2:42). También el apóstol Pablo hizo énfasis en sus cartas sobre el tema (Ro.12.12; Ef.6:18; Col.4:2; 1Ts.5.17).

 

Oraba con Fe

En cierta ocasión Jesús dijo a sus discípulos: “Tener fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijera a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyera que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mr.11:22-24). Cada oración de Jesús estaba llena de fe en su Padre Celestial. Esto fue una realidad cuando oró dando gracias por los alimentos y transformó la merienda de un muchacho en comida para miles de personas allí presentes. Esta fe poderosa le acompañó durante todo su ministerio hasta la cruz misma donde oró pidiendo perdón por sus enemigos y encomendó su espíritu al Padre Celestial.


 Oraba con sencillez, humildad y sinceridad

En todos los Evangelios encontramos a Jesús orando de una manera natural, con palabras muy sencillas y sinceras. Así eran sus oraciones por los niños, los pobres, los pecadores y los enfermos. El rechazó toda forma altanera, vanagloriosa e hipócrita que ostentaban los fariseos cuando “oraban” a Dios (Mt.6:5-8; Lc.18:9-14).

 

Imitar a Cristo en sus motivos de oración (¿Por qué motivos oraba Jesús?)


 

a.      Oraba por el cumplimiento de la voluntad de Dios para su vida (Bautismo Lc.3:21; la visita de los griegos Jn.12:20-28; en el huerto de Getsemaní Mt.26:36-44).


b.      Oraba por el cumplimiento de la misión de Dios al enviarle a esta tierra (Buscaba la dirección para cada día, no quería perder su tiempo en actividades que no contribuyeran a la misión de Dios Mr.1:35-39).


c.       Oraba por las necesidades y problemas de otros (Oró intercediendo por los niños Mr.10:13-16. Oró intercediendo por sus seguidores de todos los tiempos Jn.17. Oró por Pedro relacionado con la negación de Él Lc.22:31-34. Oró por sus enemigos cuando estaba en la cruz del Calvario. Oró por muchísimos enfermos para que recibieran sanidad).


d.      Oraba con acciones de gracias y alabanzas por la maravillosa obra de Dios (Agradeció los alimentos Jn.6:11; Mr.8:6; Lc.24:30. Agradeció las oraciones contestadas Jn.11:41-42. Dio gracias a Dios cuando instituyó la cena conmemorativa del Nuevo Pacto Mr.14:22-23. Alabó a Dios por su revelación Lc.10:21)

 Esto nos lleva a preguntarnos ¿Motivos como estos abundan en nuestras oraciones? ¿Oramos a Dios cada día para que haga su voluntad en nosotros? ¿Oramos para que nos use en el cumplimiento de su misión? ¿Oramos intercediendo por la vida de los demás? ¿Oramos para agradecerle y alabarle por las grandes cosas que ha hecho, hace y hará?

 Realmente existe una marcada diferencia entre los motivos de oración de nuestro Señor Jesucristo, y los motivos habituales de los cristianos en la actualidad. Nuestros labios tienden a repetir una y otra vez “dame, dame, dame…”, pero es menos común escuchar términos como “te entrego, úsame, te agradezco, te alabo”.

 

Es imprescindible imitar a Cristo en la oración para una vida cristiana sólida.


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