martes, 30 de junio de 2020

Imitando a Cristo en la administración del tiempo


                       

Nuestro Señor Jesucristo fue un excelente administrador del tiempo en su ministerio público. Él demostró estar consciente de un cronograma divino en su vida (Jn.7:6; 12:23,27; 13:1; 17:1). En cierta ocasión le expresó a su madre: “Aun no ha llegado mí hora” (Jn.2:4). Cuando reflexionó sobre su vida terrenal exclamó: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn.17:4). Jesús completó su propósito sin que ninguna parte se haya malogrado por el indebido apuro, ni dejó alguna obra a media por la falta de tiempo. Debido a su sentido de ubicación, no malgastó su tiempo en cosas innecesarias, sino se concentró en los asuntos vitales que concordaban con su misión.

Las personas que han hecho buenos aportes a la humanidad, incluyendo a los cristianos en su ministerio para el Señor, ha sido fruto del buen uso del tiempo que Dios les concedió, más que de sus conocimientos o talentos. Teniendo en cuenta lo esencial de este tema el apóstol Pablo nos recuerda: “Aprovechando bien el tiempo” (Ef.5:15-16). Por tal razón, es importante que no olvidemos que el tiempo es el recurso más valioso que Dios nos ha regalado, pero también el más escaso. El tiempo no puede ser ni retrasado, ni detenido, ni, estirado, ni acumulado –lo usamos bien o lo perdemos para siempre-. Por esto aseveramos: es necesario imitar a Cristo en la administración del tiempo para una vida cristiana sólida. Esta afirmación nos conduce a preguntarnos ¿Por qué Cristo era un buen administrador del tiempo? Consideremos tres razones vitales:                                                                            


Porque dependía totalmente de Dios 

Existe una visible relación entre la dependencia de Dios en oración y por medio de su Palabra, y el mejor uso del tiempo. En realidad no existe una mejor manera de usar nuestro tiempo que cuando lo empleamos en fortalecer la relación con nuestro Dios. Los afanes, los placeres y los entretenimientos de este mundo son pasajeros, pero nuestra relación con Dios es eterna. Además, a través de la dependencia de nuestro Dios hayamos sabia dirección, y el avivamiento espiritual, para usar el tiempo en las mejores cosas.

 

Porque tenía una perspectiva clara de su misión en la tierra

Una de las cosas que más nos hace perder el tiempo es la desorientación o falta de una dirección clara. Indudablemente, cuando no estamos claros de cuál es el propósito de Dios para nuestra vida, perdemos muchísimo tiempo dando tumbos de un lugar a otro. Cuando nos encontramos bajo este estado de desconcierto, muchas veces reaccionamos tratando de estar en todos los trabajo y ministerios de la iglesia, pero en realidad logramos muy poco. Cristo tenía una perspectiva muy clara de su misión en la tierra y esto le servía para evaluar como usaba el tiempo. Él expresó su razón de ser en la tierra con varias expresiones hermosas (Mr.10:45; Jn.10:10; 18:37), también antes de ascender a los cielos nos dejó una misión clara para cumplirla hasta lo último de la tierra (Mt.28:19-20). Por lo tanto, si queremos aprovechar bien el tiempo como Cristo lo hacía, tenemos que descubrir en oración nuestra misión en este mundo.

                            

Porque tenía en orden las prioridades a la luz del reino de Dios

Los estudiosos de estos temas afirman que es prácticamente imposible hacer todo lo que quisiéramos hacer en un día típico de vida y trabajo. Por lo tanto, es de vital importancia establecer prioridades para concentrarnos en las cosas que son realmente importante. Entonces, la pregunte es ¿Qué es lo realmente importante? O ¿A qué le vamos a dar prioridad? Alguien dijo: “No podemos hacer todo lo que queremos pero podemos hacer todo lo que Dios quiere que hagamos. Dios nos dio tiempo para hacer su voluntad ¿Qué estamos haciendo?”. Es importante notar que Jesús no perdía tiempo en cosas triviales, que nada aportaban a los intereses del reino de Dios. Él tenía establecido bien claro sus prioridades, que eran las prioridades de su Padre celestial. Por esa razón, dejó en varias ocasiones a los fariseos a un lado, para ir a otros lugares a realizar su trabajo. También rechazó la intensión de muchos de hacerle rey, y expresó al respecto: “Mi reino no es de este mundo”. Contrario a todo esto dedicó su tiempo a predicar el Evangelio, enseñar las Escrituras y  hacer toda clase de bien a los necesitados (Mt.9:35). Además de lo anterior, priorizó la capacitación de sus  discípulos para que continuaran la obra que Él comenzó. Es provechoso volvernos a preguntar ¿A qué le estamos dedicando nuestro tiempo? ¿Cuáles son nuestras prioridades en la actualidad?


Es necesario imitar a Cristo en la administración del tiempo para una vida cristiana sólida, dependiendo de Dios, teniendo clara la misión que nos encomendó y teniendo las prioridades bien establecidas.

Termino con dos frases que me han hecho bien en mi vida:

 

“Las horas y los días seguramente pasarán, pero los podemos dirigir para  que tengan un propósito y sean productivos”.  

J. Oswald Sanders.

 

 

“El mejor uso de la vida es utilizarla en algo que dure más allá de ella. El valor de la vida no es su duración sino su donación: no cuantos años vivimos, sino con cuanta plenitud los vivimos” 

 

Filósofo William James.


domingo, 28 de junio de 2020

Imitando a Cristo en su vida de oración




                       

Jesús le concedió una alta prioridad a la oración en su vida y ministerio público (Mr.1:35; Lc.5:15-16; 6:12; 22:39-41). De manera explícita los Evangelios recogen veintitrés ocasiones en que Cristo oró profundamente al Padre Celestial. Por supuesto, estas menciones fueron momentos trascendentales, pero sólo representan un ínfimo por ciento de su disciplina en esta área espiritual. Una prueba del valor que el Maestro de los maestros le daba a la oración, lo constituye el hecho de enfrentar cada evento clave elevando su clamor a Dios. Por citar solamente algunos ejemplos, podemos recodar cuando pasó toda la noche orando antes de llamar a sus doce discípulos (Lc.6:12), antes y después de alimentar a los cinco mil (Mr.6:21; Mt.14:23-25), en el monte de la transfiguración (Lc.9:28-29), ante la tumba de Lázaro (Jn.11:41-42), cuando bendijo a los niños (Mt.19:13-15), al instituir la cena (Mr.14:22-23), en el huerto de Getsemaní (Mt.26:36-44), en la cruz del Calvario (Lc.23:34,46; Mr.15:34) y al ascender al Padre Celestial (Lc.24:50-51). Por lo tanto, por ser nuestro Señor Jesucristo nuestro ejemplo supremo, afirmamos: es imprescindible imitar a Cristo en la oración para una vida cristiana sólida. Al respecto nos preguntamos ¿Qué significa imitar a Cristo en su vida de oración? La respuesta a esta interrogante contiene dos grandes aspectos:

 

Imitar a Cristo en sus actitudes frente a la oración (¿Cómo oraba Jesús?)



 

Oraba esforzadamente 

Nuestro Señor hacía un gran esfuerzo por mantener una vida de oración significativa delante de Dios. Cotidianamente se levantaba muy de mañana, siendo aún muy oscuro, para orar en un lugar desierto. También solía pasar toda la noche orando.

 Esta disciplina espiritual demanda una férrea voluntad, la cual puede cultivarse con la ayuda del Señor. La tendencia humana es a estar tan cargados de trabajos que no se encuentra el tiempo para orar. En otras ocasiones nos sentimos tan cómodos con lo que somos o tenemos, que no sentimos necesidad de hacer tales esfuerzos por buscar el rostro de Dios. Es necesario un esfuerzo intencional para practicar la oración, pues muchas veces no vamos a sentir deseos de buscar a Dios. Es importante esforzarnos aun cuando no estemos motivados en ese momento, porque la necesidad espiritual es real en nuestras vidas.

 

Oraba incesantemente

La oración acompañó a Jesús desde el principio hasta el final de su ministerio público. Tal es así, que antes de comenzar el mismo se apartó al desierto para orar durante cuarenta días y cuarenta noches (Mt.4:1-2). Incluso en la cruz lo encontramos elevando sus plegarias al Padre Celestial. Por esa razón, sus discípulos que le vieron vivir cada día, mantuvieron esta práctica en la iglesia primitiva (Hch.1:14; 2:42). También el apóstol Pablo hizo énfasis en sus cartas sobre el tema (Ro.12.12; Ef.6:18; Col.4:2; 1Ts.5.17).

 

Oraba con Fe

En cierta ocasión Jesús dijo a sus discípulos: “Tener fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijera a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyera que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mr.11:22-24). Cada oración de Jesús estaba llena de fe en su Padre Celestial. Esto fue una realidad cuando oró dando gracias por los alimentos y transformó la merienda de un muchacho en comida para miles de personas allí presentes. Esta fe poderosa le acompañó durante todo su ministerio hasta la cruz misma donde oró pidiendo perdón por sus enemigos y encomendó su espíritu al Padre Celestial.


 Oraba con sencillez, humildad y sinceridad

En todos los Evangelios encontramos a Jesús orando de una manera natural, con palabras muy sencillas y sinceras. Así eran sus oraciones por los niños, los pobres, los pecadores y los enfermos. El rechazó toda forma altanera, vanagloriosa e hipócrita que ostentaban los fariseos cuando “oraban” a Dios (Mt.6:5-8; Lc.18:9-14).

 

Imitar a Cristo en sus motivos de oración (¿Por qué motivos oraba Jesús?)


 

a.      Oraba por el cumplimiento de la voluntad de Dios para su vida (Bautismo Lc.3:21; la visita de los griegos Jn.12:20-28; en el huerto de Getsemaní Mt.26:36-44).


b.      Oraba por el cumplimiento de la misión de Dios al enviarle a esta tierra (Buscaba la dirección para cada día, no quería perder su tiempo en actividades que no contribuyeran a la misión de Dios Mr.1:35-39).


c.       Oraba por las necesidades y problemas de otros (Oró intercediendo por los niños Mr.10:13-16. Oró intercediendo por sus seguidores de todos los tiempos Jn.17. Oró por Pedro relacionado con la negación de Él Lc.22:31-34. Oró por sus enemigos cuando estaba en la cruz del Calvario. Oró por muchísimos enfermos para que recibieran sanidad).


d.      Oraba con acciones de gracias y alabanzas por la maravillosa obra de Dios (Agradeció los alimentos Jn.6:11; Mr.8:6; Lc.24:30. Agradeció las oraciones contestadas Jn.11:41-42. Dio gracias a Dios cuando instituyó la cena conmemorativa del Nuevo Pacto Mr.14:22-23. Alabó a Dios por su revelación Lc.10:21)

 Esto nos lleva a preguntarnos ¿Motivos como estos abundan en nuestras oraciones? ¿Oramos a Dios cada día para que haga su voluntad en nosotros? ¿Oramos para que nos use en el cumplimiento de su misión? ¿Oramos intercediendo por la vida de los demás? ¿Oramos para agradecerle y alabarle por las grandes cosas que ha hecho, hace y hará?

 Realmente existe una marcada diferencia entre los motivos de oración de nuestro Señor Jesucristo, y los motivos habituales de los cristianos en la actualidad. Nuestros labios tienden a repetir una y otra vez “dame, dame, dame…”, pero es menos común escuchar términos como “te entrego, úsame, te agradezco, te alabo”.

 

Es imprescindible imitar a Cristo en la oración para una vida cristiana sólida.


sábado, 27 de junio de 2020

Imitando a Cristo en la sinceridad






El término “sincero” hace referencia a una persona que habla o actúa sin doblez. Hace algunos años escuché a un predicador explicando que la palabra “sincera”, surgió en el contexto de los carpinteros en la antigüedad. Los cuales cuando iban a trabajar la madera cubrían los agujeros de la misma con cera, después pintaban o barnizaban y todo se veía como perfecto. Entonces, las personas que venían a adquirir los muebles expresaban: Por favor, quiero una pieza sin cera. O sea, que sea pura madera, auténtica, sin disfraces.

 Sin lugar a dudas, la persona más sincera, en palabras y en hechos, sin dobleces y auténtica que ha caminado por esta tierra es nuestro Señor Jesucristo. Lamentablemente, nos ha tocado vivir en una época y contexto donde la sinceridad es una virtud prácticamente olvidada. Sin embargo, los cristianos que somos o debemos ser contracorriente de este mundo en ruina, para obedecer y agradar a nuestro Dios, debemos resistirnos y luchar contra la ola de falta de sinceridad que nos rodea. Por esta razón afirmamos que es necesario imitar a Cristo en la sinceridad para una vida cristiana sólida. ¿Cuáles son las características de la sinceridad de Cristo que debemos imitar? 


Una sinceridad genuina

 

No se trata de aparentar que somos sinceros sino serlo en verdad. Jesús fue sincero todo el tiempo y en todos los lugares. Lo recordamos frente a los hipócritas fariseos expresándole lo que estos hombres necesitaban oír (Mt.6:5-6; 12:38-40; 16:1-4; 23:1-36)).

 Ahora bien, hay muchos cristianos que por su temperamento, su carácter y su formación en general, le es relativamente sencillo decirle a los demás lo que están haciendo mal, pero la sinceridad va mucho más allá. La realidad es que no se trata solamente de los demás, sino es un asunto de nosotros mismos. Es decir, que no es solamente señalarles a otros sus fallos, debilidades y defectos, sino es reconocer con toda sinceridad los nuestros (Mt.7:1-5). Por ejemplo, cuando Jesucristo estaba “triste hasta la muerte”, se lo expresó a sus discípulos y les pidió apoyo en oración (Mt.26:38), cuando se sintió enojado ante la profanación del templo y las cosas sagradas de Dios lo manifestó públicamente (Mt.21:12-17). No se dedicó a guardar rencor, ni a usar ironías, ni a murmurar a espaldas de otros, ni actuar de una manera en un lugar y de otra bien diferente en otro. La verdad es que la principal motivación para vivir una sinceridad genuina es lo que la Biblia llama el “temor de Dios”. Esto significa respeto absoluto y reverencia al Señor que todo lo ve y escudriña. Debemos tener presente que a Él daremos cuenta de cada decisión y acción en nuestras vidas.

 

Una sinceridad amorosa y respetuosa

 

La sinceridad no es incompatible con un trato amoroso y respetuoso. Jesús decía la verdad a las personas con las que interactuaba pero siempre con respeto y motivado por el amor. Algunos ejemplos que podemos recordar son: (1) Su encuentro con la mujer samaritana (Jn.4). (2) Su encuentro con Nicodemo (Jn.3). (3) La escena de la madre de Juan y Jacobo pidiendo privilegios para sus hijos por encima de los demás. Tristemente, hay muchos creyentes dispersos entre las iglesias, que impulsados en su mayoría por amarguras, frustraciones, malos sentimientos y conceptos errados, en nombre de la sinceridad tratan a los demás con exabruptos, asperezas, falta de amor y misericordia, carentes de amabilidad y respeto. Estos piensan que por usar muchos pasajes bíblicos, ya tienen toda la autoridad para hablar de esa manera a los demás. Veamos que qué enseña la Biblia al respecto:

  • Enseña que es nuestros deber ser sincero y estar preparado para defender la fe que poseemos, pero tenemos que hacerlo con mansedumbre y reverencia (1P.3:8-17).
  • Enseña que es nuestro deber decir y defender la verdad con toda sinceridad, pero siempre con amor (1Co.16:14; Ef.4:14-16; Col.3:12-15; 1Co.13:1-3, 1Ti.1:3-7, 1P.4:7-8; 1J.4:20-21).
  • Enseña que es nuestro deber hablar con sinceridad lo que tengamos que decir, pero sin ser contencioso (Fil.2:3; 2Ti.2:14-15; 23-25).

 Es decir, que una sinceridad en nuestro hablar pero sin amor, ni misericordia, ni respeto, no es de mucho valor delante de nuestro Dios. El hecho de ser sincero no nos otorga el derecho a ofender a los demás. Una sinceridad carente de estas otras grandes virtudes es cinismo y desfachatez.  

 

Una sinceridad prudente y sabia 

Cada día es más común ver a personas que en nombre de la sinceridad, comenten toda clase de imprudencia y demuestran una falta total de sabiduría. Esto ocurre porque algunos creen que como deben ser sinceros, tienen que expresar todo lo que piensan en alta voz, sin medir el lugar o las personas que tienen delante. La Biblia muestra que la sinceridad y la prudencia tienen que caminar de la mano (Mt.21:23-27; 22:15-22; Lc.8:8-10). La sinceridad que se divorcia de la prudencia y la sabiduría es tan pecaminosa como la falta de esta. Generalmente cuando esto ocurre se asocian otros pecados como el juzgar con ligereza a los demás (Mt.7:1-2; Ro.14:13; Stg.4:12), la murmuración, el chisme, la calumnia y la difamación (Fil.2:14; 1P.4:9; Stg.4:11), así como las palabras ociosas y las ofensas.                          


Es necesario imitar a Cristo en la sinceridad genuina, amorosa, respetuosa, prudente y sabia, para una vida cristiana sólida.

viernes, 26 de junio de 2020

Imitando a Cristo en la fuerza de sus convicciones





Mateo 7:28-29; Lucas 4:31-32.

 Cuando Jesús terminó de exponer su amplio y profundo Sermón del Monte, los oyentes se admiraban (o quedaron “atónitos” según otra traducción) porque les hablaba con la autoridad del cielo, lo cual escaseaba por aquellos días. La gente común pudo reconocer una marcada diferencia entre las enseñanzas de Jesús, y la de los escribas, doctores de la ley y fariseos. Alguien dijo: “Jesús era una voz, los maestros religiosos de la época eran solo un eco”.

 Es interesante recordar que los maestros religiosos de la época enseñaban basado en la Ley Dios (aunque también incluyeron muchas tradiciones), pero carecían de autoridad al no vivir en sus propias vidas dichas enseñanzas. Esta realidad repercutía directamente en una visible falta de fuerza en sus convicciones. Por el contrario, Jesús ponía en práctica todo lo que enseñaba, por lo cual es sumamente importante imitar a Cristo en la fuerza de sus convicciones para desarrollar una vida cristiana sólida. Ahora bien, ¿Cómo podemos imitar a Cristo en la fuerza de sus convicciones?

 

Estando seguros de nuestras convicciones cristianas

 Podemos estar seguros de nuestras convicciones cristianas, conociéndolas y viviendo conforme a ellas. Observando cuidadosamente como se manifiestan los cristianos en su diario vivir, pudiéramos clasificarlos al menos en tres grupos:


a.       Los que no conocen cuales son los principios bíblico que deben regir sus vidas, pero no están interesados en conocerlos. Estos son cristianos que viven por inercia, se conforman con ir el domingo a la iglesia, pero sus vidas no han sido verdaderamente impactadas por el evangelio de Cristo (Ap.3:14-21).


b.      Los que no conocen cuales son los principios bíblico que deben regir sus vidas, pero han despertado espiritualmente, desean conocer más la Palabra de Dios y vivir conforme a ella. Dios nos ha dado hermosas promesas relacionadas con aquellos que le buscan con toda sinceridad (Pr.8:17; Lm.3:25; Mt.7:7-8).


c.       Los que conocen los principios bíblico y viven conforme a ellos diariamente. Este grupo es menor que los anteriores, pero está produciendo un impacto a todos a su alrededor. No estamos hablando de una élite que se creen mejores que los demás, sino de hombres y mujeres humildes, sencillas, que aman al Señor con todo su corazón y han decidido obedecerle en todo.  

 

Por solo mencionar un ejemplo, nuestro Señor Jesucristo enseñó sobre amar al enemigo, y estando en la cruz pidió perdón a Dios por quienes le crucificaban e injuriaban. Cabe preguntarnos ahora ¿Conocemos los principios para vivir conforme a lo que a Dios le agrada? ¿Tenemos el propósito de vivir conforme a ellos cada día? El apóstol Pablo, que como todo ser humano no era perfecto, pudo vivir una vida cristiana a profundidad por su decisión y entrega. Por esa razón, exclamó desde lo más profundo de su ser la seguridad que tenía en su Señor Jesucristo (Ro.8:37-39; Fil.1:6,21; 2Ti.1:11-12).

 

Estando decididos a defender nuestras convicciones cristianas

 

El ministerio público de Jesucristo se ha dividido en tres etapas: (1) El año del retiro. (2) El año de la popularidad. (3) El año de la oposición, durante el cual su popularidad iba menguando, sus enemigos se multiplicaron y los ataques eran cada vez más intensos. Esto se debió a que la gente quería solamente disfrutar de los beneficios que venían de los milagros y toda clase de obra buena de Jesús, pero no estaban dispuestos a obedecer los mandamientos de Dios. Entonces comenzaron las reacciones contra Él y sus enseñanzas. Especialmente, recordamos grupos como los fariseos, los saduceos y los herodianos (Mt.22:23-40).

 Cuando hemos decidido vivir conforme a los principios de la Palabra de Dios, siempre vendrá oposición de diversas fuentes. Por lo tanto, si queremos imitar a Cristo en la fuerza de sus convicciones para vivir una vida cristiana sólida, es necesario estar dispuestos a defender los mismos en todo momento. Por supuesto, defender con vehemencia nuestras convicciones debe hacerse con reverencia y mansedumbre como enseña la Palabra.

 Es importante estar seguros de defender las convicciones que enseña la Biblia para la vida cristiana, y no nuestras propias tradiciones. Recordamos que Jesús criticó a los fariseos por mezclar sus tradiciones con la ley de Dios.    

 

Estando dispuestos a sufrir las consecuencias de mantener nuestras convicciones

 

No podemos pasar por alto que mantener nuestras convicciones tendrá consecuencias. Estas son especialmente a corto plazo, pues al final podremos disfrutar la victoria que Dios da a sus hijos fieles, que permanecen firmes y viven para agradarle en todo. En reiteradas ocasiones quisieron matar a Jesús, pues no podían soportar sus enseñanzas que chocaban contra sus prácticas pecaminosas y actitudes desobedientes. Aunque es cierto que tuvo que enfrentar esos momentos desagradables, su Padre Celestial le dio la victoria al final (Fil.2:5-11).

 Otros ejemplos de esta verdad encontrados en la Biblia son Moisés frente a Faraón, Daniel en el foso de los leones, Masad, Sadrad y Abed Nego en el horno de fuego, José frente a la mujer de Potifar, Esther frente al Rey apelando por su pueblo, Juan el Bautista declarando a Herodes su pecado y el apóstol Pablo apedreado y encarcelado por predicar de Cristo.


En resumen, es sumamente importante imitar a Cristo en la fuerza de sus convicciones para desarrollar una vida cristiana sólida, lo cual podemos lograr estando seguros de nuestras convicciones cristianas, defendiéndolos y estando dispuestos a sufrir las consecuencias de ser fieles a Dios.


jueves, 25 de junio de 2020

Imitando a Cristo en el servicio







El concepto de servicio en el Antiguo Testamento, se refería a toda la actividad litúrgica que dirigían los sacerdotes y levitas en el santuario para rendirle culto a Dios (Ex.28:43; 39:1; Dt.18:1-5; 1S.2:18). Por otra parte, también en la antigüedad se confinaba el servicio a lo que ofrecía una persona a alguien de mayor rango (Gn.39:4; Ex.24:13; 2R.3:11). O sea, se consideraba que el servicio siempre se realizaba para alguien superior. El menor sirviendo al mayor invariablemente. Por tal razón, se consideraba correcto servir a Dios, pero deshonroso servir al prójimo que no estuviese en un lugar preponderante. Este pensamiento llegó a estar presente en judíos y griegos.

 Ahora bien, Cristo con su ejemplo y enseñanzas le dio al servicio un significado espiritual mucho más profundo. Por esta razón, debemos imitar a Cristo en su vida de servicio. Esto nos lleva a preguntarnos ¿Cómo era el servicio de Cristo que debemos imitar? El mismo se puede resumir en tres grandes aspectos:

 

Un servicio enfocado primeramente en Dios

 “El verdadero servicio que Cristo nos enseñó es el que nace de un corazón en plena comunión con Dios”. Lucas 10:38-42 nos presenta a Marta afanada en los quehaceres de la casa y en servir eficientemente a Jesús, mientras que María se sentó a los pies del Maestro para escuchar sus enseñanzas. Marta reclama que María la había dejado sola en sus labores, pero la respuesta de Cristo fue: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”. ¿Significa esto que Cristo no está de acuerdo con que nos esforcemos en servir a los demás? Por supuesto que no, pero si habla de un orden de prioridades delante de Dios. Nuestro servicio no significa mucho si descuidamos nuestra comunión con el Señor. Hablando de esta gran verdad alguien dijo: “a veces nos ocupamos tanto en la obra del Señor, que nos olvidamos del Señor de la obra”. En este asunto el orden de los factores si altera el producto. El verdadero servicio es un servicio enfocado primeramente en Dios.

 

Un servicio humilde y desinteresado

 “El verdadero servicio que Cristo nos enseñó es el mayor sirviendo al menor sin esperar nada a cambio”. Cristo desafío el concepto antiguo del menor siempre sirviendo al mayor. Filipenses 2:6-8 expresa: “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo…y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Cristo expresó su propósito al venir a este mundo, diciendo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mr.10:45). También podemos recordar la ocasión en que lavó los pies de sus discípulos, a quienes expresó: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn.1314:15). Sin dudas, el Mayor sirvió al menor.  

En cierta ocasión los discípulos discutían entre sí quien sería el mayor, ante lo cual Cristo aprovechó la ocasión para reafirmar de manera magistral esta gran verdad: “sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grande ejercen sobre ella potestad. Mas entre vosotros no será así, sino el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mt.20:25-27).

 

Un servicio entregado

“El verdadero servicio que Cristo nos enseñó es estar donde se encuentra la necesidad y los necesitados”. En Mateo 9:35 leemos: “Recorría Jesús” el verbo que usa el original griego denota una acción continúa, es decir, que Jesús persistía en recorrer las ciudades y aldeas para estar entre las personas y servirles. Basados en el ejemplo de Jesús podemos afirmar que el servicio no es para los que quieran una posición cómoda o lucir como superestrellas en la iglesia, sino para aquellos que se entregan en alma y cuerpo.

En este recorrido habitual Jesús iba haciendo tres cosas de vital importancia para el ministerio cristiano. (1) “Predicaba el evangelio del reino”, en este sentido hacía la función de un heraldo, trayendo un mensaje de suma importancia de parte del rey. Cristo proclamaba la verdad de Dios con toda seguridad, y poder del Espíritu, a un mundo que se encontraba en total oscuridad e incertidumbre espiritual. (2) “Enseñaba en las sinagogas de ellos”. Ofrecemos a las personas un servicio genuino cuando les enseñamos la Palabra de Dios sin adulterar, diluir, aguar o acomodar el contenido a los gustos y capricho de los oyentes. Tenemos que predicar la verdad tal y como es, aunque no sea popular en nuestros días. (3) “Sanar toda enfermedad y dolencia en el pueblo”. Es decir, que no se limitó a exponer y modelar las grandes verdades de Dios, sino que también tradujo el mensaje del amor divino  en buenas obras o acciones de ese amor. Una parte importante del ministerio de Jesús fue ocuparse en las necesidades de las personas a las que ministraba.


Debemos imitar a Cristo en su vida de servicio enfocado primeramente en Dios, humilde, desinteresado y totalmente entregado a los necesitados.  


martes, 23 de junio de 2020

Imitando a Cristo en la entrega de la vida





Nuestro Señor Jesucristo es el más grande ejemplo de una vida entregada incondicional a Dios. Estando aun en los cielos no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que vino en forma de hombre para entregarse por nosotros en la cruz. Al caminar por los polvorientos caminos de la antigua Palestina, aprovechó su tiempo para entregar su vida en servicio amoroso y desinteresado a todos a su alrededor. Encontrándose en el huerto de Getsemaní, oró diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Estando en la cruz demostró su entrega total, exclamando: “Consumado es”. Indudablemente, debemos imitar la entrega incondicional de Cristo en pro de edificar una vida cristiana sólida. Ahora bien, ¿Cómo podemos imitar la entrega de Cristo? En tres frases Jesús nos enseñó cómo debe ser nuestra entrega a Él (Lc.9:21-27):


    Nuestra entrega a Cristo en la frase: “Niéguese a sí mismo” 

 “Negarse a sí mismo” está relacionado con dejar a un lado, o renunciar, a seguir siendo los dueños o directores de nuestros caminos, para dar paso al reinado de Jesucristo en nuestra vida. En el propio pasaje de Lucas 9 Jesús aclaró el significado de “negarse a sí mismo”, diciendo: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (V.24). El apóstol Pablo lo expresó de manera magistral al escribir:

 

 “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá.2:20).

La realidad es que existe la tendencia humana a tener planes, proyectos, sueños, anhelos, intenciones y esfuerzos personales por obtener logros en la vida. Estas cosas no son pecados en sí mismo, pero hay que ser cuidadosos de no gastar nuestras vidas en asuntos que sean totalmente ajenos, y en ocasiones contrarios, a la voluntad de Dios para nosotros. “Negarse a sí mismo” también implica renunciar a prácticas pecaminosas, para comenzar a agradar a Dios con una vida de pureza. La entrega por medio de la negación de nosotros mismos, es darle a Cristo el primer lugar en todo. También “negarse a sí mismo”, como la ofrenda del holocausto en la antigüedad, significa entregar todas las áreas de nuestras vidas en un sacrificio vivo sobre el altar, para que Dios nos purifique con el fuego de su Espíritu y nos use para su gloria.

 

     Nuestra entrega a Cristo en la frase: “Tome su cruz cada día”.   

La cruz como  instrumento de tortura y muerte de aquella época, llegó a ser un símbolo del más profundo sufrimiento humano. Por tal razón, cuando Cristo nos invita a tomar la cruz cada día, nos está advirtiendo que su camino será difícil en medio de este mundo perdido. “Tomar la cruz cada día”, significa estar dispuestos a sufrir por la causa de Cristo, de la misma manera que él estuvo dispuesto a sufrir hasta lo sumo en la cruz por nosotros. Para los cristianos del primer siglo no fue difícil entender esta verdad, pues muy temprano en la historia se desató una feroz persecución contra el cristianismo. La historia de aquellos primeros tiempos fue regada con la sangre de los mártires de la fe, arrastrados por los caminos, acerrados, quemados como antorchas vivientes, echados a los leones en medio del circo romano, entre muchas otras vejaciones. De tal manera impactó esta realidad a los cristianos del primer siglo, que el apóstol Pablo vio los sufrimientos como una oportunidad que Dios les concedió (Fil.1:29). También Pedro abordó el tema para aclarar y consolar a sus lectores (1P.2:19-25; 5:8-11).

“Tomar la cruz cada día” tiene otras implicaciones como las siguientes:

  •          Estar dispuestos a confesarle delante de los hombres en todo momento y lugar, aunque esto nos cueste sufrir (Lc.9:23-26; 12:8-9).
  •          Estar dispuestos a serle fiel y servirle aunque esto nos cueste perder cosas buenas en esta vida

En el pasaje de Hebreos 11:32-40 podemos leer una hermosa lista de grandes hombres y mujeres de los tiempos bíblicos que “tomaron su cruz cada día”. La historia del cristianismo también está llena de ejemplos de una entrega incondicional a Cristo. Entre estos figuran William Carey, Adoniran Hudson, Hudson Taylor, Bruce Olson, Billy Graham y miles de nombres más dispuestos a darlo todo hasta el final. Todos ellos estuvieron dispuestos a tomar su cruz y seguir al Maestro de los maestros cada día.

 

     Nuestra entrega a Cristo en la frase: “Sígame”

Es impresionante como Jesús con sólo la palabra “sígueme”, llamaba a los hombres a un compromiso profundo con él y a un cambio radical de sus vidas (Mt.9:9-10; Lc.18:22-23; Jn.1:43). Seguir a Jesús implica un acto de fe y una obediencia incondicional a él. Es adoptar la actitud de Abraham cuando fue llamado por Dios, a salir de su tierra y parentela a una tierra muy hermosa pero que jamás había visto. Seguirle involucra igualmente un cambio de dirección en la vida. Es un giro 180 grados en nuestro camino. Varios discípulos pasaron de ser pescadores de peces en el Mar de Galilea a ser pescadores de hombres por todo el mundo, Mateo de ser un cobrador de impuestos a un dador de amor y del mensaje del evangelio, Saulo de tarso de ser un perseguidor y enemigo de la iglesia a ser Pablo el apóstol que llevó el evangelio a los gentiles y que padeció muchísimo por Su causa. También seguir a Cristo es continuar haciendo la obra que él comenzó. Como “Cuerpo de Cristo” somos sus manos y sus pies para continuar llevando la luz del evangelio y demostrando su amor a la humanidad.


En resumen, debemos imitar la entrega incondicional de Cristo, negándonos a nosotros mismos, tomando nuestra cruz cada día y siguiéndole de Cristo para edificar una vida cristiana sólida.   

 

 

 


lunes, 22 de junio de 2020

Imitando a Cristo en el amor





Aunque es cierto que a lo largo de la historia del cristianismo han existido hombres y mujeres destacados por una vida piadosa, demostrada en sus muchas obras benéficas, ninguno ha de compararse jamás ni por un segundo al glorioso amor de nuestro Señor Jesucristo. Debido a que el Maestro de los maestros fue totalmente consecuente al practicar en su vida diaria lo que enseñó con sus palabras, bien se pudiera resumir su amor en lo que él llamó el primer y segundo mandamiento:


“Y amarás a l Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mr.12:30-31).


Esta verdad nos lleva a afirmar el siguiente principio: Es necesario imitar el gran amor de Cristo para una vida cristiana sólida. Al respecto, cabe hacernos una pregunta ¿Cuáles son las características del gran amor de Cristo por lo que debemos imitarlo? En Efesios 3:17-19 el apóstol Pablo describió la grandeza del amor de Cristo en sus cuatro dimensiones:


La anchura del amor de Cristo

Cuando meditamos en el sacrificio de Cristo por nosotros, podemos notar que la cruz estaba formada por dos vigas de madera: (1) La vertical. Esta sostenía su cuerpo apuntaba al cielo, recordando con esto que él vino a cumplir el propósito de satisfacer completamente la justicia de Dios por causa de nuestros pecados. (2) La horizontal (patíbulo). Allí quedaron fijadas sus manos por los grandes clavos. Sus brazos abiertos eran un recordatorio de su propósito al venir a salvar a todo aquel que en él cree. Cuan glorioso es saber que cuando alguien decide venir a él, recibe su abrazo de amor incomparable. Esto nos recuerda sus palabras al decir: “El que a mí viene, no le echo fuera” (Jn.6:37), y también cuando expresó: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt.11:28). En otras palabras, la gran anchura de su amor nos recuerda que Dios no hace acepción de personas (Hch.10:34; Ro.2:7-11; Gá.2:6; Ef.6:9; Lc.15:1-2). Todo ser humano tiene la oportunidad de arrepentirse de sus pecados, recibir a Cristo por fe, reconciliarse con Dios y recibir su salvación eterna.

 Un resultado directo de no hacer acepción de personas, es que su amor no está confinado a los fáciles de amar, sino que incluye hasta los enemigos. Esto nos lleva a preguntamos ¿Cuan ancho es nuestro amor en estos momentos? ¿Hacemos acepción de personas? ¿Amamos solamente a los que nos son agradable? Tengamos en cuenta las palabras de Santiago 2:1-13.



La longitud del amor de Cristo

Jesucristo expresó: “…por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mt.24:12). Esta profecía que forma parte de las señales de los tiempos del fin, se está cumpliendo a cabalidad en nuestros días. A tal punto se ha deprimido el verdadero amor, que la sociedad ha venido cambiando hasta los conceptos al respecto, lo cual refleja hasta en la cultura popular a través de canciones, filmes y novelas donde el amor es algo temporal. Contrario a esto, la longitud del amor de Cristo es infinita. Su amor digno de imitar es eterno. En 1 Corintios 13 se nos recuerda que el amor de Dios nunca deja de ser. Deberíamos reflexionar seriamente si nuestro amor por los demás es permanente o se enfría con el tiempo. Si vamos a imitar a Cristo en el amor no podemos olvidar que su amor es perenemente.  



La profundidad del amor de Cristo

La misericordia es una de las características del verdadero amor que más se ha perdido en nuestros días. A tal punto, que muchos te critican cuando ayudas a alguien desinteresadamente, tildándote de muy “inocente”. Lo cierto es que la profundidad del amor de Cristo viene dada por su misericordia sin límites. Ejemplos de sus buenas acciones llenan las páginas de los Evangelios (Mr.1:40-41; Lc.7:11-15; Lc.19:41-44; Mt.9:36).

Otro elemento que define la profundidad del verdadero amor, es su capacidad para perdonar. Si decimos que amamos a alguien, pero no estamos dispuestos a perdonar sus ofensas o errores, y a pedir perdón cuando hemos fallados, nuestro amor no tiene profundidad alguna. Cristo hizo énfasis en sus enseñanzas sobre el tema del perdón (Mt.18:21-22; Mr.11:25-26; Lc.23:34). También el apóstol Pablo nos exhorta con toda claridad sobre la necesidad de perdonar a otros, de la misma manera en que Cristo nos perdonó a nosotros (Ef.4:32; Col.3:13). Por consiguiente, procuremos imitar a Cristo en la profundidad de su amor siendo compasivos y perdonando sin reservas a los demás.       



La altura del amor de Cristo

Al considerar esta dimensión, no podemos dejar de recordar la pureza y perfección de Dios que habita en las alturas. Es decir, que podemos traducir la altura del amor de Cristo como: Amor real, sincero, no fingido, puro, no por intereses mezquinos o dobles intensiones. Es preocupante cuando un hijo de Dios dice amar a los demás a su alrededor, pero hipócritamente está esperando sacar beneficios de los mismos. La motivación que impulso a Cristo a venir a este mundo y morir en la cruz por nosotros, fue puro amor y un amor puro. Por esa razón, en el Nuevo Testamento se nos insiste en que nuestro amor sea genuino (Ro.12:9-10; 1Jn.3:18). La pregunta es ¿Tiene nuestro amor esa altura? ¿Amamos con un amor puro y libre de dobles intensiones?


Es necesario imitar la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo para desarrollar una vida cristiana realmente sólida. Esta verdad es resumida por el apóstol Pablo en el pasaje, expresando: “Para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”.


domingo, 21 de junio de 2020

Imitando a Cristo para una vida cristiana sólida


 


“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1Co.11:1).


“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros…” (Ef.5:1).

“y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación…” (1Ts.1:6).

 El apóstol Pablo insistió en la importancia de que los creyentes imiten a Cristo. Las personas en este mundo, especialmente los jóvenes, hacen esfuerzos por parecerse a sus héroes o ídolos (deportistas, cantantes, artistas y otros), sin considerar la condición moral y espiritual de los mismos. Lamentablemente, vivimos en una época carente de buenos ejemplos a seguir, por lo que la gente termina imitando a personas inmorales. La pregunta para los cristianos es ¿A quién estamos tratando de imitar?

En el corazón del evangelio se encuentra bien arraigado la idea de imitar a Cristo. El concepto mismo de discípulo involucra a alguien que sigue e imita a su maestro en el diario vivir. En tal sentido, es completamente incongruente que nos presentemos como cristianos, pero no procuremos ser como nuestro Maestro de maestro. Por tal razón, es necesario imitar a Cristo para la edificación de una vida cristiana sólida. Ahora bien, ¿Cómo imitar a Cristo para lograr tan loable ideal? En sentido general podemos imitar a Cristo a través de tres acciones de vital importancia:

 

Imitamos a Cristo pensando como Cristo piensa

El apóstol Pablo expresó: “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1Co.2:12-16). Aunque debemos recocer que nuestra propia mente es el campo de batalla más difícil para resistir los ataques del enemigo. El diablo siempre está intentando sembrarnos malos pensamientos en nuestra mente. Este es un tema vital porque es precisamente allí donde quieren anidar las “vanidades ilusorias” (Ef.4:17), y los pensamientos corrompidos (Tit.1:15). Tito subrayó en su carta: “para los puros todo es puro”. Por esta razón, como nuestra tendencia pecaminosa es a pecar con nuestros pensamientos, tenemos que aferrarnos profundamente a nuestro Dios para para que nos ayude a renovar la mente (Ro.12:1-2; Ef.4:23). Entonces, estaremos en mejores condiciones para pensar como Cristo y glorificar a nuestro Dios de esa manera. Nuestra mente no servirá al pecado, sino que será usada para amar y entregarnos completamente a nuestro Padre Celestial (Mt.22:37; Lc.10:27), y para atesorar las enseñanzas de su Palabra (He.10:16; Jer.31:33).

 

Imitamos a Cristo sintiendo como Cristo siente

Nuestro Señor Jesucristo en su ministerio público manifestaba su inigualable y desbordante amor en su trato con las personas con las que interactuaba. Esto era una práctica habitual, no solamente con hombres preparados e importantes de la nación como Nicodemo, sino con todos aquellos despreciados socialmente por sus pecados como Zaqueo, la mujer samaritana, el endemoniado gadareno, la mujer que lavó sus pies con el perfume, sus lágrimas y su cabello, entre muchos otros. También lo encontramos derramando amor al sanar a muchos enfermos desahuciados como leprosos, ciegos, paralíticos y endemoniados.

A solamente unas horas de ascender a la cruz del Calvario, dice Juan 13:1 que amó a sus discípulos hasta el fin. Sin duda, la demostración más grande del amor de Dios y de su Hijo Cristo fue su entrega expiatoria en la cruz del Calvario. En tal sentido nos preguntamos ¿Está presente esta clase de amor en nuestras vidas como cristianos? ¿Estamos imitando a Cristo en su amor? El amor de Cristo no es un amor “porque” (te amo porque tiene muchas virtudes, una buena conducta e importantes logros en la vida), sino un amor “a pesar de” (a pesar de que somos pecadores, le fallamos y no lo merecemos, Él nos ama). Su amor es tan profundo e incomprensible por nuestras mentes finitas, que nos mandó en el Sermón del Monte a amar a nuestros enemigos. Y estando en la cruz del Calvario oró por sus enemigos, diciendo: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sin duda, el más alto ideal de amor que debemos imitar todos los días de nuestra vida.

 

Imitamos a Cristo obrando como Cristo obra (1Jn.2:1-6) 

Deberíamos preguntarnos frecuentemente ¿A qué responden nuestras obras, acciones, conducta y procedimientos? ¿A nuestros propios intereses? ¿A las ofertas de este mundo? Que maravilloso es poder afirmar que responden al ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Es necesario recordar siempre que “si alguno dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. Si anhelamos imitar a Cristo en su manera de obrar, entonces debemos considerar cómo anduvo Cristo en su ministerio público. Entre las tantas cosas buenas que nuestro Señor Jesucristo hizo sobre esta tierra, podemos mencionar las siguientes:


·         Llevaba una vida de dependencia de Dios por medio de la oración.

·         Vivía de una vida de transparencia y sinceridad.

·         Vivía sirviendo desinteresadamente a los demás.

·         Predicaba el evangelio.

·         Enseñaba la Palabra de Dios.

·         Formaba discípulos.

·         Lograba un buen uso del tiempo.


En resumen, para la edificación de una vida cristiana sólida es necesario imitar a Cristo en su manera de pensar, sentir y obrar.