jueves, 19 de noviembre de 2020

Anunciando las virtudes de Cristo


 


 1 Pedro 2:9-10

 En esta porción de la carta nos encontramos con una profecía del profeta Oseas, en la cual Dios prometió hacer pueblo suyo, y alcanzar con su misericordia, a quien no era pueblo originalmente ni habían sido alcanzados con su gracia y amor. Esto es una referencia a la iglesia que ha llegado a ser el pueblo de Dios, la cual está compuesta de judíos y gentiles (que representan al resto de las naciones del mundo) convertidos a Cristo. Tanto unos como otros hemos recibido por su gracia la bendita oportunidad del perdón de nuestros pecados y la vida eterna.

 La iglesia del Señor Jesús es presentada como un pueblo especial a través de varias frases hermosas y profundas como “linaje escogido” (no una familia de sangre, sino unidos por el Espíritu Santo por la gracia de Dios), “real sacerdocio” (cada cristiano un sacerdote al tener libre acceso a Dios a través de Cristo), “nación santa” (la santidad es característica fundamental de los hijos del Dios santo, santo, santo), “pueblo adquirido por Dios” (fuimos comprados por el más alto precio jamás pagado por el rescate de alguien: la sangre preciosa de Cristo).

 Ahora bien, es importante destacar que todos estos privilegios recibidos no han sido por nuestros méritos personales que no existen, sino por la misericordia de Dios y su buena voluntad, en la cual ha querido usarnos para Su gloria en la extensión de su reino. Esto lo podemos notar en el pasaje cuando dice que todos estos privilegios son “para”, es decir, con un propósito específico de Él para nuestras vidas. En otras palabras, podemos afirmar: Estamos llamados a anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Para una mejor comprensión de esta verdad, permítanme analizar por parte:



1.     Estamos llamados a anunciar

Quiero comenzar resaltando que la frase expresa “para que anunciéis”. Es decir, que todas las bendiciones anteriormente mencionadas no son para un disfrute egoísta, sino para un propósito mucho más grande y precioso. Este “para que”, nos habla de la voluntad de Dios al dejarnos en la tierra después de nuestra conversión a Cristo, simplemente estamos aquí para anunciar. Esto implica que la razón de nuestra existencia está vinculada directamente a proclamar el evangelio de Cristo a este mundo perdido, lo cual nos precisa a hablar y no permanecer callados ante una humanidad que perece en sus pecados sin conocer al Señor. Esto es lo que significa que somos sal y luz en este mundo.

Los profetas en la antigüedad comprendieron esta verdad y lo manifestaban anunciando a voz en cuello el mensaje de Dios para el pueblo. Muchas veces encontraban resistencia de parte de los oyentes a obedecer, pero de cualquier manera estos hombres de Dios continuaban cumpliendo su responsabilidad de proclamar. La realidad es que si después de escuchar el mensaje del evangelio deciden no aceptarlo, las consecuencias que esto traerá recaerá sobre ellos, pero nosotros habremos salvado nuestra responsabilidad.   



2.     Estamos llamados a anunciar las virtudes de Aquel

Realmente estamos llamados a anunciar las virtudes de Cristo a un mundo perdido que vive lejos de Él. Dentro de las grandes virtudes del Señor hay tres de vital importancia que no debemos dejar de proclamar:


a.      La justicia de Cristo

Cristo es presentado a lo largo del Nuevo Testamento como la justicia de Dios. Debido a que la justicia se relaciona con premiar lo bueno y condenar lo malo, tenemos que entender que lo justo (lo que merecemos) es que Dios nos condene por nuestros pecados que ofenden su perfecta santidad. Sin embargo, Jesucristo vino a este mundo para pagar la deuda de nuestros pecados, sustituyendo nuestro lugar al morir en la cruz del Calvario y de esta forma la justicia de Dios quedó satisfecha.

 La Biblia es clara al decirnos que “la paga del pecado es muerte” ¿Cómo podía ser pagado nuestro pecado? Solamente había dos posibilidades: (1) Nosotros ser condenados y vivir eternamente separados de Dios en el infierno. (2) Que alguien perfecto, sin pecado, sustituyera nuestro lugar muriendo por nuestros pecados, lo cual hizo precisamente nuestro Señor Jesucristo.

 Esta es la justifica de Cristo que debemos proclamar a este mundo como una de sus grandes virtudes.  

 

b.      La santidad de Cristo

Cristo fue sin pecado alguno en toda su vida a pesar de ser tentado en todo, se mantuvo en total santidad delante de Dios y de los hombres. Nosotros hemos sido llamados a ser santo como Él es santo. Aunque sabemos que estamos en la naturaleza pecaminosa, debemos continuar en el proceso de la santificación, procurando ser más puros cada día en total dependencia de nuestro Dios.

 Debemos procurar la santidad para ser ejemplos ante el mundo que nos ve vivir, porque también debemos proclamarles esta virtud. La humanidad caída vive en total corrupción, hundida en el fango del pecado, por lo cual debemos proclamarle esta gran virtud de la vida pura y agradable delante de Dios que se comienza a lograr a través de nuestra entrega incondicional a Cristo.

 

c.       El amor de Cristo

El gran amor de Cristo quedó ampliamente demostrado al venir a este mundo a morir por nuestra salvación en la cruz del Calvario. El apóstol Pablo nos recuerda en su carta a los Filipenses que a pesar de ser igual a Dios, no se aferró a esto como justificación para no venir a este mundo, más bien se despejó a sí mismo (en el griego “se vació a sí mismo”), para entrar en la naturaleza humana, vivir como un siervo humilde y entregar su vida por nosotros al morir en la cruenta cruz.


 

3.     Estamos llamados a anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable

El hecho de haber sido trasladados de las tinieblas a la luz admirable de Cristo, y vivir eternamente agradecidos por tal privilegio, se convierte en una poderosa razón para anunciar el evangelio a otros que aún permanecen en tal oscuridad espiritual.

Vivir en tinieblas es sinónimo de vivir en desobediencia a Dios, practicando toda clase de pecado, andando en total ignorancia y ceguera que no nos permite ver nuestra miserable condición espiritual delante del Señor. Sin embargo, vivir en la luz admirable de Cristo es vivir en obediencia bajo su gracia, es agradar al Padre Celestial en todo lo que pensamos, decimos y hacemos, es entender y practicar en nuestras vidas cada una de las enseñanzas de su Santa Palabra, lo cual nos lleva a tener un buen testimonio (dar el ejemplo) ante todos aquellos que nos ven vivir.

La realidad es que seriamos mal agradecidos, y muy egoístas, si después de haber sido sacados de las tinieblas y trasladados a vivir bajo la luz admirable de Cristo, nos mantuviéramos callados y no anunciáramos al mundo perdido las buenas noticias de salvación por medio de Cristo. En otras palabras, sería muy triste si después de ser sanados de la enfermedad más terrible que existe –el pecado- dejáramos morir a los demás a nuestro lado por no mostrarles la solución a su grave mal: el evangelio de Cristo. 

En resumen, estamos llamados a anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. ¡Anunciemos al mundo perdido el glorioso evangelio de nuestro Señor Jesucristo!

 

 


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