domingo, 12 de abril de 2020

Seguridad en la resurrección de Cristo


 

El poderoso acontecimiento de la Resurrección de Cristo posee una importancia extraordinaria para toda la humanidad en todos los tiempos. Especialmente para los cristianos y la iglesia constituye un cimiento glorioso que sostiene nuestra fe.

 

Muchos argumentos se han esgrimido a lo largo de la historia para demostrarle a los ateos, y a los escépticos, la autenticidad histórica de la Resurrección. Entre estos podemos recordar la tumba vacía desde entonces y ninguna evidencia de su cuerpo a pesar de los muchos esfuerzos en tal sentido. También los testigos oculares de Cristo resucitado y el cambio anímico de los mismos después de la resurrección. Hubo más de 500 testigos oculares que compartieron personalmente con Jesús después de su Resurrección, y se torna interesante el cambio de estado de ánimo de estos, de una profunda tristeza por su muerte, a un gozo indescriptible y una entrega total de sus vidas. Otra evidencia incuestionable es la manera en que la iglesia ha permanecido y continuado creciendo al paso de los siglos. Esto a pesar de la feroz persecución que ha sufrido a lo largo de la historia. Y la más grande de las evidencias son los millones de vidas trasformadas por el poder de Cristo en todos los tiempos y lugares.

 

Ahora bien, aunque estas investigaciones y argumentos poseen un gran valor, lo más importante está relacionado con el significado y las implicaciones de la Resurrección de Cristo para la vida del ser humano, y de manera especial para los cristianos. Por esta razón afirmamos: El cristiano debe vivir lleno de seguridad porque Cristo resucitó. En el Nuevo Testamento podemos encontrar al menos cuatro razones que demuestran esta verdad:  

 


     La Resurrección de Cristo nos da la seguridad de su divinidad (Jn.20:24-29)

 

Muchas personas en este mundo aceptan el hecho de que Cristo vivió realmente en un momento puntual de la historia. Creen que fue un buen hombre y un gran maestro, pero no aceptan su divinidad. Tristemente no creen que es Dios encarnado como afirma la Biblia (Jn.1:1 y 14; 1Ti.3:16). El asunto es que si Cristo no es Dios como afirmó, y es solamente un ser humano más, por más bueno que haya sido, no sería digno de confianza. Afortunadamente, la experiencia de millones de personas alrededor del mundo en estos veinte siglos, confirman la veracidad de su resurrección gloriosa. Podemos tener la completa seguridad de que es exactamente quién dijo ser. Él es el único camino para llegar a Dios (Jn.14:6). Y es por medio de su sacrificio en la cruz que podemos obtener el perdón de pecados y la reconciliación con Dios (Hch.2:22-24,32,33,36-38; 2Co.5:17-19).

 


   La Resurrección de Cristo nos da la seguridad de nuestra resurrección y vida eterna

 

Una de las cosas más hermosas que ha unido a todas las generaciones de discípulos de Jesús en estos veinte siglos, es precisamente la esperanza gloriosa de la vida eterna y la resurrección que Él nos ha prometido para el día postrero. Algunos pasajes claves en este sentido son: Jn.6:40; Ro.4:24-25; 1Ts.4:13-18; 1Pd.1:3. Siempre me ha fortalecido mi vida espiritual una frase que emana del corazón de este evento sin par: “Por cuanto él vive yo también viviré”.

 


     La Resurrección de Cristo nos da la seguridad de la victoria en esta vida presente

 

El trascendental evento de la resurrección no solamente tiene implicaciones para la eternidad, sino una relación directa con las luchas y victorias del diario vivir de la vida de cada hijo de Dios. La Biblia es clara al mostrarnos que por cuanto Cristo se levantó de los muertos: (1) Nos acompaña cada día de nuestras vidas y hasta el fin del mundo (Mt.28:20; 18:19-20). (2) Está sentado a la diestra de Dios intercediendo por nosotros (Ro.8:34). (3) Nos cubre con su amor, nos defiende y nos da la victoria en medio de tantas luchas que cada día tenemos que enfrentar (Ro.8:31-39). ¡Glorificamos el nombre de nuestro Dios por esta bendita seguridad!

 

     La Resurrección de Cristo nos da la seguridad de que no estamos trabajando en vano para nuestro Dios

 

En el capítulo 15 de la primera carta a los Corintios, el apóstol Pablo diserta magistralmente sobre la resurrección de Cristo. Es interesante como finaliza dicho capítulo con las siguientes palabras: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1Co.15:58). En otras palabras, debido a que Cristo vive, está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros y su presencia nos acompaña aquí en todo momento, es que podemos trabajar sabiendo que aunque no veamos grandes resultados de nuestra labor, no estamos trabajando en vano. Relacionado con esto, un pastor bautista cubano, solía decir: “Un día podré contemplar en la eternidad cuanto significó realmente mi vida y trabajo ministerial para los que me vieron vivir mientras estuve en la tierra”.

                                        

Porque Cristo resucitó podemos vivir llenos de seguridad. Glorifiquemos y celebremos en este día memorable el nombre de aquel que expresó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Jn.11:25).


viernes, 10 de abril de 2020

La prueba más grande del amor de Dios


En la muerte de Jesucristo en la cruz del Calvario, se estaba cumpliendo el plan eterno de Dios para salvar a la humanidad perdida y condenada por el pecado. Sin dudas, merecíamos la condenación, pero el amor de Dios por nosotros es tan grande que entregó la vida de su Hijo para nuestro rescate. Por esa razón, podemos afirmar que: La crucifixión de Cristo, es la prueba más grande del amor de Dios por nosotros. Esta verdad se demuestra en las palabras que Él pronunció en esa hora crucial.   

Cristo exclamó desde la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23:34). A pesar de las burlas, insultos, maltratos e injusticia, pidió perdón por quienes le mataban e injuriaban. Con esta petición al Padre dejaba claro que el propósito supremo de su muerte en la cruz era pagar la culpa de nuestros pecados, para que pudiésemos obtener el perdón y la reconciliación con el Padre Celestial.

Por otra parte, la frase “porque no saben lo que hacen”, no significa que ellos no estaban conscientes de la gran injusticia que estaban cometiendo contra un hombre que sólo hizo el bien y amo a todos. Lo que significa es que ellos ignoraban la trascendencia espiritual de aquel hombre, y el significado de su muerte en la cruz. El apóstol Pablo lo expresó en su primera carta a los Corintios: “La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si lo hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria” (1Co.2:8).

Posteriormente, ante la petición de uno de los malhechores crucificado a su lado, Jesús respondió con una preciosa promesa de salvación: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. (Lc.23:43). Jesús estaba poniendo en práctica sus promisorias palabras: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt.11:28). Aquel día el ladrón arrepentido recibió el perdón de sus pecados y el regalo de la vida eterna.

Las siguientes palabras que expresó desde la cruz, estaban dirigidas a proveer el cuidado para su madre: “mujer, he aquí tu hijo. Después dijo al discípulo: He aquí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn.19:26-27). Estas palabras nos recuerdan que Jesucristo también ofrece amorosa compañía y cuidado espiritual, físico y material mientras vivamos en este mundo. A pesar del momento tan difícil que atravesaba Jesús, honro a su madre preocupándose por su cuidado y consuelo.

La cuarta palabra que Él profirió en el Calvario fue una exclamación de angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Marcos 15:34; Salmo 22:1). Sin duda alguna, esta palabra de Cristo es un profundo misterio que constituye la esencia misma de su muerte en la cruz y nuestra salvación eterna. La realidad es que Cristo colgado en la cruz estaba cargando el pecado de toda la humanidad. La culpa de nuestro pecado le fue imputada a Él. Estaba sufriendo el castigo en lugar de los culpables. Toda la ira de Dios por nuestras maldades estaba siendo derramada sobre Jesús (2Co.5:21; Is.53:4-5; 9-10; Gá.3:13). “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros” (Is.53:6).

Cristo también exclamó: “Tengo sed” (Jn.19:28). Anteriormente había rehusado el vinagre mezclado con un analgésico que le habían ofrecido. Ahora, pide alivio para su sed de deshidratación, y le dan una esponja empapada en vinagre. Con este acto quedó demostrado la maldad del ser humano cuando vive lejos de Dios, y también la verdadera humanidad de Cristo, quien sufrió hasta lo indescriptible por todos nosotros.

La palabra seis que se escucharon de sus labios fue: “consumado es” (Jn.19:30). Es decir, la misión que Dios Padre le había dado fue cumplida a cabalidad. Había logrado el triunfo más grande de todo el universo, pues con su muerte expiatoria venció a Satanás, a la muerte, al pecado que esclaviza al hombre y le aleja de Dios. La justicia del Señor había sido completamente satisfecha, el pecado de todos nosotros ya había sido totalmente pagado y la deuda con Dios cancelada. A partir de ese momento nos abrió un camino nuevo y vivo de acceso directo a Dios.

Finalmente prorrumpió: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Jn.23:46). Estas últimas palabras de Jesús antes de morir nos recuerdan dos cosas importantes: (1) Que su muerte fue un acto soberano de su voluntad. En cierta ocasión expresó “nadie me quita la vida, sino que yo mismo la pongo”. Es decir, murió en la cruz porque nos amó con amor eterno. (2) A partir de ese instante ya no era necesario que los hombres se acercaran a Dios por medio de un sumo sacerdote que entrara a Su presencia una vez al año para expiar el pecado del pueblo. Ya los hombres pueden llegar libre, directa y diariamente a la presencia de Dios en oración a través de Jesucristo.

Definitivamente, la prueba más grande del amor de Dios por nosotros, es la crucifixión de Cristo.


jueves, 9 de abril de 2020

Oportunidades en medio de la tragedia



 

A causa de la rápida y peligrosa expansión del nuevo coronavirus por todo el mundo, la mayoría de los países han adoptado el aislamiento social como una de las principales medidas para evitar el contagio. La estrategia sanitaria de quedarse en casa el mayor tiempo posible, está trayendo consigo las más variadas iniciativas de parte de muchos. Hemos visto músicos, y hasta orquestas completas ejecutando bellas piezas, haciendo uso de la magia del internet cada uno desde su hogar. Algunos firman videos para subir a las redes sociales, o a YouTube, con consejos útiles para este momento complejo, demostraciones deportivas entre cuatro paredes, graciosos y mucho más. Incluso, torneos de ajedrez a la distancia entre figuras de talla mundial.     

La realidad es que el aislamiento social nos ha impuesto un stop, en el acelerado ritmo habitual de nuestras vidas. Ahora tenemos “más horas” para pensar en aquellas cosas valiosas que, por la agitación de cada día, apenas meditamos en ellas. Aunque el motivo de este aislamiento es una peligrosa pandemia, el bajar la intensidad de nuestras actividades habituales, es una oportunidad para reordenar nuestras prioridades y pensar más profundamente en todo aquello que por su naturaleza, debería tener mayor importancia en nuestras vidas.  

Permanecer en la casa día tras día hasta nuevo aviso, debido a la difícil situación pandémica de la actualidad, no es necesariamente sinónimo de dejar las horas correr sin sacarle provecho alguno. El consejo del apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso, continua vigente: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor.” (Ef.5:15-17).  

Una de las mejores maneras de aprovechar bien el tiempo en estos “días malos”, es buscando más profundamente al Señor. Comúnmente los cristianos nos quejamos de no tener suficiente tiempo para mantener un significativo tiempo devocional, por la inmensa carga de responsabilidades que tenemos. Esta es una buena ocasión para poner en práctica con más vigor, la exhortación de Cristo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que ella tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn.5:39). También para acercarnos más confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (He.4:16). Sin duda, estos días son una oportunidad para “orar en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ella con toda perseverancia y súplica por todos los santos(Ef.6:18).   

 Por otra parte, este es un buen momento para compartir de manera más significativa con nuestra familia. Que hermoso sería que al cabo de los años nuestros hijos, aunque no recuerden el nombre del virus causante de este prolongado encierro en nuestras casas, siempre lleven consigo los más gratos recuerdos de sus padres en esos días sombríos. Que recuerden las enseñanzas bíblicas, las oraciones por los enfermos en el mundo entero y los médicos que les atienden, las conversaciones, las sonrisas y el cariño recibido.    

 Finalmente, aproveche las circunstancias para hacer algunas de esas actividades que tanto anhela, pero la tiranía de la urgencia de otras tareas se lo han impedido. Escribir artículos, reflexiones, estudiar un tema, algún pasaje o un libro de la Biblia, escribir las bases para un nuevo ministerio o algún proyecto, organizar la casa o sus archivos, aprender cualquier otra cosa que sea útil para el resto de su vida y, sobre todo, aquellas cosas que aporten al cumplimiento del propósito de Dios para usted.

 

Que el Señor nos ayude a sacar el mejor provecho del tiempo, aún en medio de esta pandemia global.

 


lunes, 6 de abril de 2020

Más que tulipanes


 


La tragedia global que representa la Covid-19, ha sacado a la luz sentimientos y actitudes maliciosas albergadas en el corazón humano. Con tristeza hemos visto claras manifestaciones de egoísmo, insensibilidad, desprecio y hasta salvajismos en algunos casos. Lamentablemente, aquellos que viven sin Dios, sin fe y sin esperanza en el mundo, frecuentemente tienden a reaccionar de manera negativa ante crisis como estas. 

Afortunadamente, la misma tragedia que ha sacado a flote tales bajezas humanas, también ha estimulado los más valiosos sentimientos, actitudes y acciones de muchas personas alrededor del mundo.

En estos días captó mi atención, un reportaje que presentaba al dueño de un negocio de cultivo y venta de tulipanes en Washington, quién ante el desmoronamiento de las ventas decidió poner sus hermosas flores al servicio de todos aquellos clientes que quieran homenajear a los médicos, y a otros miembros del personal de salud, que se encuentran en la primera línea de combate contra la enfermedad. Esta iniciativa ha dado la oportunidad a estos clientes de convertir la práctica cotidiana de comprar flores para decorar sus hogares, en un hermoso gesto para alentar, reconocer y agradecer a los galenos.

Esta historia real que por estos días difíciles está aconteciendo, tiene que ver con algo mucho más profundo que regalar hermosos tulipanes. Se trata de mostrar las virtudes presentes en la vida de aquellos que se han reconciliado con Dios por medio de Jesucristo. Los cristianos estamos llamados a manifestar el amor y la misericordia de Dios al mundo que está inmerso en esta dolorosa pesadilla. En nuestros días, como nunca antes, debemos prestar atención a la Palabra de Dios, que nos exhorta:

“No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.” (Gá.6:9-10).

Aunque estamos conscientes de los riesgos propios de esta peligrosa pandemia, y de todas las precauciones que debemos tomar para evitar el contagio y la propagación, es necesario continuar cumpliendo el mandamiento de servirnos por amor los unos a los otros (Gá.5:13). En tal sentido, es de vital importancia continuar mirando al ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, quién definió el propósito de su venida a este mundo, diciendo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mr.10:45).

 

Finalmente, recodamos las palabras pronunciadas por Cristo al describir el juicio de las naciones:

 

“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí… de cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mt.25:34-36 y 40).

 

Que Dios en su inmensa misericordia, nos use para servir a todos aquellos que sufren los embates de esta pandemia global.  Los bellos tulipanes regalados, por ley natural se marchitarán; pero el servicio amoroso al necesitado puede ser la vía para la salvación de un alma. Seamos más que tulipanes en medio de tanta necesidad.


Nos gustaría que nos dejara un comentario, pues quisiéramos continuar creciendo junto a usted en la vida cristiana.

 

 

 


viernes, 3 de abril de 2020

La fragilidad humana


Por. Abdiel y Leza

La rápida expansión de la pandemia producida por el nuevo coronavirus, que causa la enfermedad que han llamado Covid-19, nos está dejando múltiples lecciones que debemos considerar seriamente. En tal sentido, es interesante notar que el SARS Co-V 2[1],  no hace diferencia entre los seres humanos.

Cada día somos sorprendidos por noticias de nuevos contagios entre personas de renombre a nivel mundial. Entre estos se encuentra Boris Johnson, a pesar de su fructífera carrera política que incluye el cargo de alcalde de Londres por ocho años, posteriormente ministro de Asuntos Exteriores y primer ministro del Reino Unido en la actualidad. También la esposa de Justin Trudeau, primer ministro de Canadá; así como el reconocido cantante Placido Domingo, el famoso y multilaureado actor norteamericano Tom Hanks y su esposa, el distinguido príncipe Carlos de Gales y otros reconocidos políticos del mundo. En la lista que continúa creciendo, figuran nombres de deportistas de alto rendimiento, destacados músicos, médicos y muchas otras distinguidas personalidades de diversos ámbitos en todo nuestro planeta.     

Los efectos de esta pandemia están echando por tierra las ideas desatinadas, malas actitudes y conductas erradas de los seres humanos que, viviendo lejos de Dios, se ven a sí mismos como superiores a los demás, poderosos e intocables al confiar en las cosas de este mundo. Lamentable la situación actual demuestra que ni la fama, ni el dinero, ni la fuerza física, ni la influencia política, ni la inteligencia, ni el nivel educacional, ni los muchos títulos, ni el talento, ni ningún otro aspecto de los que el ser humano hace gala, ha podido frenar el avance sobre la humanidad de este peligroso enemigo microscópico.

Contrario a lo que muchos piensan de sí mismos, la Biblia presenta claramente nuestra verdadera condición delante de Dios. En Ella se destaca la fragilidad del ser humano debido a su naturaleza pecaminosa (Job 7:17; Salmo 8:4). El Salmo 144:3 nos dice: “Oh Jehová, ¿Qué es el hombre, para que en él pienses, o el hijo del hombre para que lo estimes?”. También es posible comprender nuestra débil condición por medio de las figuras usadas en el lenguaje bíblico, entre estas: (1) Somos polvo (Gn.2:7; 3:19; Ecl.3:20; 12:7). (2) Somos un soplo (Job.7:7). (3) Somos como neblina (Stg.4:13-16). (4) Somos como la hierba del campo (Sal.37:2; 90:5-6; 103:15; Is.40:6-8; Stg.1:10; 1P.1:24). (5) Somos seres temporales o transitorios (Sal.90:9b).    

A pesar de la crisis global que enfrentamos, que pareciera no tener una solución a corto plazo, afortunadamente podemos acudir al realmente grande, fuerte, eterno y todopoderoso: el único y verdadero Dios. Todos estos grandes atributos, sumados a su inmenso e indescriptible amor y misericordia, se combinan para ayudarnos a caminar en medio del valle de sombra de muerte, hacernos cruzar el mar sin ser devorados por sus aguas y frenar una pandemia cuyos largos brazos están causando gran estrago a escala mundial.    

Ante esta verdad concluyente, toda persona debería dejar de confiarse en sus fuerzas, capacidades y recursos, para confiar plenamente en el único y verdadero Dios.  

“Oh Señor, ten piedad de nosotros; en ti hemos esperado. Sé nuestra fortaleza cada mañana, también nuestra salvación en tiempo de angustia.”[2]


Nos gustaría que nos dejara un comentario, pues quisiéramos continuar creciendo junto a usted en la vida cristiana.

 



[1] Nombre del nuevo coronavirus responsable de la Covid-19.

[2] Biblia de estudio –LBLA. La Habra, California: The Lockman Foundation, 2000.