El 2019 va quedando
atrás. Y aunque es un momento propicio para enfocarnos en nuevos planes y metas,
también se hace adecuado para reflexionar en algunas lecciones que nos ha
dejado el año que termina.
Para tristeza de
todos, en el 2019 las llamas fueron protagonistas de los titulares en varias
ocasiones. El pasado abril vimos con dolor y asombro a la icónica catedral
parisina ser coronada con un fuego salvaje. La majestuosa Notre Dame que se mantuvo erguida ante
eventos sociales franceses, y ante la destrucción ocasionada por las guerras
mundiales en Europa, por poco cede ante la furia creada por una chispa durante
un descuido. Es algo paradójico.
Unos meses después, volvemos a sentir el calor en las
noticias: ahora es la famosa Amazonía. Proclamada una de las siete maravillas
naturales, es el bosque tropical más extenso del mundo con seis millones de
kilómetros cuadrados de extensión. Indiscutiblemente El Pulmón del Planeta. Una
vez más, el fuego voraz amenaza otro Patrimonio de la Humanidad, trayendo ahora
consecuencias para todo el mundo.
Podríamos decir que nosotros también tenemos “patrimonios
personales”. No estamos hablando de bienes heredados que pueden ser tasados
monetariamente. Nos referimos a aquellos elementos de valor incalculable para
nosotros, en los cuales hemos invertido tiempo y esfuerzo para tenerlos y
edificarlos. En nuestra intimidad con Dios,ocupan los primeros lugares en
nuestras gratitud e intercesión. Dios nos ve batallar por obtenerlos, edificarlos
y preservarlos. Por ellos nos alegramos y también lloramos. Nos reportan risas
y también preocupación. Nos regalan momentos placenteros, pero también nos
roban el sueño. Son nuestras mayores posesiones, los valoramos muchos. Así que
en nuestro patrimonio personal podríamos incluir: mi relación con Dios, mi
matrimonio, los hijos, la salud física, un ministerio dado por Dios, una
profesión, una gran amistad, un empleo muy añorado y que ahora tengo, la
culminación de estudios, entre otros. En fin, la lista se agranda o se achica y
es única para cada persona, pero en extremo valiosa para todos.
Pero lamentablemente, en muchas ocasiones nuestro
patrimonio puede estar peligrando. A veces no escuchamos, o ignoramos, las
alertas que Dios nos envía. Con un dolor indescriptible, y hasta paralizante,
vemos un fuego que amenaza con llevarse todo aquello en lo cual tanto hemos
invertido. Entonces pensamos, ¿cómo dejé que esto llegara hasta aquí? Muchas
veces comienza con el descuido de dejar que surjan pequeñas chispas. Y después
continúa con subestimar el poder destructivo de algo “tan pequeño”. Incluso
podemos llegar a creer que tenemos todo bajo control, intentando a veces hasta
justificar nuestras acciones. Simplemente estamos alimentando el incipiente
incendio. ¿Podríamos identificar algunas chispas amenazantes para nuestro
patrimonio? Podrían ser “esta” relación laboral, “esas” conversaciones no
adecuadas, “aquellos” lugares que comenzamos a frecuentar, las visitas a
ciertos sitios web cuando nadie nos ve, soluciones aplazadas, la ausencia de
equilibrio en la vida laboral y familiar, pereza ante la oración, la falta de
perdóny otros tantos.
En la Palabra de Dios encontramos varias advertencias
para que estemos apercibidos del peligro que representa dejar que pequeñas
chispas enciendan un fuego destructivo en nuestras vidas. El rey Salomón, en su
libro Cantar de los Cantares, expresó: “Cazadnos
las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras
viñas están en cierne” (Cnt.2:15).
Esta expresión fue pronunciada por la sulamita en respuesta a las hermosas
palabras de su amado. Ella está usando una ilustración propia de su contexto,
donde las zorras grandes no ponían tanto en peligro las cosechas como las
pequeñas. Las grandes podían divisarse con facilidad y ser espantadas, pero las
pequeñas iban devorando los frutos sin ser vistas, hasta causar una gran
destrucción. La sulamita aplica esta lección a su relación amorosa con su
amado, dejando ver su convicción de que, al guardar pequeñas cosas negativas en
el corazón, se pueda afectar la relación de una pareja.
Un término usado frecuentemente en el Nuevo Testamento es
velar. Jesucristo usó este vocablo al
pedir a sus discípulos en el huerto de Getsemaní: “Velad y orad para que no entréis en tentación, el espíritu a la verdad
está dispuesta pero la carne es débil” (Mt.26:41).
La palabra en el original griego traducida como velad en este texto es gregoreo, la cual significa “mantenerse
despierto y en vigilancia espiritual”. Recordamos que los discípulos no
apoyaron al maestro velando en oración, y tal descuido en aquella noche les
dejó sin defensa al llegar la prueba, cayendo en la tentación de abandonar y
negar al Señor. Una vez más, queda al descubierto que un descuido en el área
espiritual, por pequeño que sea, puede provocar una devastación en nuestra
vida.
También el apóstol Pablo estaba consciente de las
consecuencias que acarreaba a la vida de un hijo de Dios, descuidar aún en lo
más mínimo las cosas valiosas que el Señor nos ha dado. Motivado por esta
verdad aconseja al joven Timoteo: “Ten
cuidado de ti mismo y de la doctrina” (1Ti.4:16).
Todo lo anteriormente expuesto, pudiera resumirse en una
sentencia establecida desde el Antiguo Testamento: “Cuida de no olvidarte de
Dios” (Dt.6:12) y de “aplicar su
Palabra a nuestra vida cada día” (Dt.6:1-3).
Despidamos pues el
2019 liberando nuestro patrimonio personal de cualquier chispa amenazante;
hagámoslo con determinación rotunda. Y
entremos al 2020 velando y dependiendo más de Dios; Él en su infinita
misericordia extenderá su protección sobre nuestros tesoros más valiosos.