viernes, 27 de diciembre de 2019

¿Mi Patrimonio en Llamas?


El 2019 va quedando atrás. Y aunque es un momento propicio para enfocarnos en nuevos planes y metas, también se hace adecuado para reflexionar en algunas lecciones que nos ha dejado el año que termina.


Para tristeza de todos, en el 2019 las llamas fueron protagonistas de los titulares en varias ocasiones. El pasado abril vimos con dolor y asombro a la icónica catedral parisina ser coronada con un fuego salvaje. La majestuosa Notre Dame que se mantuvo erguida ante eventos sociales franceses, y ante la destrucción ocasionada por las guerras mundiales en Europa, por poco cede ante la furia creada por una chispa durante un descuido. Es algo paradójico.



Unos meses después, volvemos a sentir el calor en las noticias: ahora es la famosa Amazonía. Proclamada una de las siete maravillas naturales, es el bosque tropical más extenso del mundo con seis millones de kilómetros cuadrados de extensión. Indiscutiblemente El Pulmón del Planeta. Una vez más, el fuego voraz amenaza otro Patrimonio de la Humanidad, trayendo ahora consecuencias para todo el mundo.

Podríamos decir que nosotros también tenemos “patrimonios personales”. No estamos hablando de bienes heredados que pueden ser tasados monetariamente. Nos referimos a aquellos elementos de valor incalculable para nosotros, en los cuales hemos invertido tiempo y esfuerzo para tenerlos y edificarlos. En nuestra intimidad con Dios,ocupan los primeros lugares en nuestras gratitud e intercesión. Dios nos ve batallar por obtenerlos, edificarlos y preservarlos. Por ellos nos alegramos y también lloramos. Nos reportan risas y también preocupación. Nos regalan momentos placenteros, pero también nos roban el sueño. Son nuestras mayores posesiones, los valoramos muchos. Así que en nuestro patrimonio personal podríamos incluir: mi relación con Dios, mi matrimonio, los hijos, la salud física, un ministerio dado por Dios, una profesión, una gran amistad, un empleo muy añorado y que ahora tengo, la culminación de estudios, entre otros. En fin, la lista se agranda o se achica y es única para cada persona, pero en extremo valiosa para todos.



Pero lamentablemente, en muchas ocasiones nuestro patrimonio puede estar peligrando. A veces no escuchamos, o ignoramos, las alertas que Dios nos envía. Con un dolor indescriptible, y hasta paralizante, vemos un fuego que amenaza con llevarse todo aquello en lo cual tanto hemos invertido. Entonces pensamos, ¿cómo dejé que esto llegara hasta aquí? Muchas veces comienza con el descuido de dejar que surjan pequeñas chispas. Y después continúa con subestimar el poder destructivo de algo “tan pequeño”. Incluso podemos llegar a creer que tenemos todo bajo control, intentando a veces hasta justificar nuestras acciones. Simplemente estamos alimentando el incipiente incendio. ¿Podríamos identificar algunas chispas amenazantes para nuestro patrimonio? Podrían ser “esta” relación laboral, “esas” conversaciones no adecuadas, “aquellos” lugares que comenzamos a frecuentar, las visitas a ciertos sitios web cuando nadie nos ve, soluciones aplazadas, la ausencia de equilibrio en la vida laboral y familiar, pereza ante la oración, la falta de perdóny otros tantos.

En la Palabra de Dios encontramos varias advertencias para que estemos apercibidos del peligro que representa dejar que pequeñas chispas enciendan un fuego destructivo en nuestras vidas. El rey Salomón, en su libro Cantar de los Cantares, expresó: “Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne” (Cnt.2:15). Esta expresión fue pronunciada por la sulamita en respuesta a las hermosas palabras de su amado. Ella está usando una ilustración propia de su contexto, donde las zorras grandes no ponían tanto en peligro las cosechas como las pequeñas. Las grandes podían divisarse con facilidad y ser espantadas, pero las pequeñas iban devorando los frutos sin ser vistas, hasta causar una gran destrucción. La sulamita aplica esta lección a su relación amorosa con su amado, dejando ver su convicción de que, al guardar pequeñas cosas negativas en el corazón, se pueda afectar la relación de una pareja. 

Un término usado frecuentemente en el Nuevo Testamento es velar. Jesucristo usó este vocablo al pedir a sus discípulos en el huerto de Getsemaní: “Velad y orad para que no entréis en tentación, el espíritu a la verdad está dispuesta pero la carne es débil” (Mt.26:41). La palabra en el original griego traducida como velad en este texto es gregoreo, la cual significa “mantenerse despierto y en vigilancia espiritual”. Recordamos que los discípulos no apoyaron al maestro velando en oración, y tal descuido en aquella noche les dejó sin defensa al llegar la prueba, cayendo en la tentación de abandonar y negar al Señor. Una vez más, queda al descubierto que un descuido en el área espiritual, por pequeño que sea, puede provocar una devastación en nuestra vida.

También el apóstol Pablo estaba consciente de las consecuencias que acarreaba a la vida de un hijo de Dios, descuidar aún en lo más mínimo las cosas valiosas que el Señor nos ha dado. Motivado por esta verdad aconseja al joven Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina” (1Ti.4:16).

Todo lo anteriormente expuesto, pudiera resumirse en una sentencia establecida desde el Antiguo Testamento: “Cuida de no olvidarte de Dios” (Dt.6:12) y de “aplicar su Palabra a nuestra vida cada día” (Dt.6:1-3).

Despidamos pues el 2019 liberando nuestro patrimonio personal de cualquier chispa amenazante; hagámoslo con determinación rotunda.  Y entremos al 2020 velando y dependiendo más de Dios; Él en su infinita misericordia extenderá su protección sobre nuestros tesoros más valiosos.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Crecimiento constante hacia la madurez espiritual



La constancia es la virtud que nos conduce a llevar a cabo lo necesario para alcanzar las metas que nos hemos propuesto, pese a dificultades o a la disminución de la motivación personal por el tiempo transcurrido.[1]

Esta definición de constancia es perfectamente aplicable al ámbito de la vida cristiana. En el camino que transitamos cada día tenemos que enfrentar pruebas de toda índole. Sin embargo, a pesar de todas las dificultades el crecimiento hacia la madurez espiritual debe ser constante.

El pasaje de 1Corintios 15:58 nos exhorta a “estar firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre”.

Tristemente, en casi todas las iglesias uno puede encontrar algunos creyentes que son inconstantes. Este parece ser un mal que poseían algunos cristianos en la iglesia del primer siglo. En la carta universal de Santiago, refiriéndose aquellos que faltándole la fe piden dudando del poder de Dios, leemos: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg.1:8)

La realidad es que en cualquier iglesia podemos encontrar hermanos que de repente, y por un corto tiempo, aparentan una consagración mayor que las del resto de los creyentes y quieren ejercer un ministerio de alto calibre. Muchas veces pareciera que ellos son los que han entendido el llamado del Señor y el resto está dormido, pero el impulso se les acaba rápidamente y después desaparecen hasta el próximo “pronto o arranque”.

El crecimiento hacia la madurez espiritual no funciona a base de “exabruptos espirituales”. Esta es una carrera de resistencia, como dice el autor de la carta a los Hebreos:

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (He.12:1-2).

También recordamos que Jesús hizo hincapié en la importancia de permanecer en Él para poder llevar frutos dignos (Jn.15:4-7). Precisamente podemos saber que estamos creciendo en este sentido, cuando estamos llevando muchos frutos espirituales en nuestra vida.

Por otra parte, una evidencia categórica de que un creyente en Cristo ha sido constante en su crecimiento espiritual, lo constituye el hecho de continuar creciendo hasta el final de su vida terrenal.

A diferencia del crecimiento físico que tiene un tope en esta vida, el crecimiento espiritual nunca se completará mientras vivamos sobre la tierra. ¿Quién es el hombre, o la mujer, que puede decir con toda sinceridad que ya ha alcanzado la madurez espiritual a plenitud?

La meta de nuestro crecimiento hacia la madurez espiritual fue declarada por el apóstol Pablo, al decir: “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento el hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo(Ef.4:13). La misma se puede resumir en una frase: “llegar a ser totalmente como Cristo”.

Ahora bien, aunque nos falte muchísimo para alcanzarla, y a pesar de saber de antemano que en esta vida presente no lo vamos a lograr plenamente, no es justificación para mantenernos estancados o perder el interés en el crecimiento espiritual. El propio Pablo se esforzaba cada día por avanzar hacia la meta suprema. Recordemos sus trascendentales palabras a los filipenses:

No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús(Fil.3:12-14).

Que nuestro Dios en su misericordia nos ayude a crecer constantemente hacia la madurez espiritual.

Nos gustaría que nos dejara un comentario, pues quisiéramos continuar creciendo junto a usted en la vida cristiana.




[1][1]https: //es.wikipedia.org/wiki/Constancia_(virtud)? oldid=97733274

sábado, 21 de diciembre de 2019

Crecimiento integral hacia la madurez espiritual


Una de las acepciones del término crecimiento es: “Aumento imperceptible y gradual del tamaño del organismo de un ser vivo hasta alcanzar la madurez”[1]


Específicamente, el crecimiento humano es el proceso mediante el cual los seres humanos aumentan su tamaño y se desarrollan hasta alcanzar la forma y la fisiología propias de su estado de madurez. Tanto el aumento de tamaño como la maduración dependen de que exista un aporte adecuado de sustancias nutritivas y de vitaminas, y de que se produzcan las distintas hormonas necesarias.[2]


Es interesante que la Biblia compara el crecimiento físico con el espiritual. Así como un niño nace un día en este mundo, nosotros nacimos espiritualmente a partir de nuestra reconciliación con Dios por medio de Jesucristo. Asimismo, como un niño continúa en un proceso de crecimiento y desarrollo hasta alcanzar la plena madurez, los creyentes en Cristo estamos llamados a continuar creciendo hacia la madurez espiritual.

Esto lo podemos corroborar en los siguientes pasajes bíblicos:

“Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en cuanto a la malicia y maduros en cuanto al modo de pensar” (1Co.14:20)[3].

“Acerca de esto tenemos mucho que decir, pero es difícil de explicar, por cuanto os habéis hechos tardos para oír. Debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuales son los primeros rudimentos de la Palabra de Dios; y habéis llegado a ser tales, que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño. El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez…” (He.5:11-14).

“Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación…” (1P.2:2).   

Ahora bien, es importante tener en cuenta un principio básico sobre el crecimiento espiritual:

El crecimiento hacia la madurez espiritual debe ser integral.


Cuando usamos el apellido integral, estamos haciendo referencia a crecer en todas las áreas para gozar de un crecimiento espiritual saludable. Algunas de estas áreas son:

El área de las relaciones

·    Crecer en la relación con Dios. Esta es la base fundamental del crecimiento espiritual. Nuestro Señor Jesucristo fue claro al expresar: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mi nada podéis hacer” (Jn.15:5).   
·     Crecer en las relaciones familiares. Todos sabemos que abundan las crisis en las relaciones matrimoniales, entre padres e hijos, entre hermanos y demás miembros de la familia. Sin embargo, la Biblia está llena de profundas enseñanzas y sabios consejos para mejorar esta área (Ef.5:21-33, 6:1-4; Col.3:18-21; 1P.3:1-7).
·       Crecer en las relaciones con nuestros hermanos en la fe. A lo largo de todo el Nuevo Testamento encontramos muchísimos pasajes con mandamientos encaminados a fortalecer las relaciones entre los cristianos. El factor común de estos mandatos es la expresión “unos a otros”. En tal sentido, se nos ordena a amarnos (Ro.12:9-10; 1P.1:22-23; 1Jn.2:9-11, 3:18; 4:7, 11-12, 20-21; He.13:1; 1Ts.4:9-10), a honrarnos (Ro.12:10; Fil.2.3-4), a saludarnos (Ro.16:3-6,16; 1Co.16.20; 2Co.13:12; 1Ts.5:26; 1P.5.14), a servirnos (Gá.5:13), a animarnos (1Ts.5:11), a apoyarnos en oración (Stg.5:16; Ef.6:18), a soportarnos (Ef.4:2) y a perdonarnos (Ef.4:32; Col.3:13).

El área de la conducta

Esta era un área en la que apenas habían crecido los creyentes de la iglesia de Corinto, por lo cual el apóstol Pablo les dice las siguientes palabras:

De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aun sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? (1Co.3:3:1-3).

La realidad es que existen algunos cristianos que son muy activos en los programas de la iglesia e incluso exhiben un gran conocimiento bíblico, pero son niños inmaduros en cuanto a la manera de conducirse.

El área del conocimiento de Dios

El apóstol Pedro exclamó: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2P.3:18). También el apóstol Pablo habló sobre el tema, diciendo: “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col.1:10).

En ambos pasajes se usa el término griego epinozco, para hacer referencia al conocimiento de Dios, que viene de arriba, que llena la vida de sabiduría, que nos enseña a conducirnos y tomar las mejores decisiones, el que es liberador y transformador.  Como Cristo dijo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.  

El área del servicio o ministerio

En la primera carta a los Corintios podemos leer la siguiente exhortación: Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano(1Co.15:58).

Nuestro trabajo en el Señor hace referencia al ministerio al cual Dios nos ha llamado. Por tal razón, crecer en esta área guarda relación directa con el desarrollo de los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, en función de cumplir las tareas que el Padre Celestial nos ha encomendado.

Que nuestro Dios en su misericordia nos ayude a crecer integralmente hacia la madurez espiritual.

Nos gustaría que nos dejara un comentario, pues quisiéramos continuar creciendo junto a usted en la vida cristiana.




[1] Encontrado en el Diccionario de Búsqueda de Google.
[2] "Crecimiento humano." Microsoft® Encarta® 2009 [DVD]. Microsoft Corporation, 2008.
[3] Todos los textos bíblicos son tomados de Reina-Valera 1960.